Zimatlán

Mi abuela espulgaba atardeceres
para darnos de comer,
pero se le caían los frijoles
porque jugaba con las tardes
y olvidaba regresar el sol.
Entonces los plantaba en cazuelas,
les buscaba montañas
llanuras de peltre
y en sus plantas germinaba
un cuento de hadas:
Cuando los frijoles se pierden,
decía
la noche florece
y los soles lloran
porque nos extrañan
a nosotras
sus raíces.
Entonces cae la mañana
para buscar palabras
claras que parecen nubes
revoloteadas,
que brotan
como frijolitos
en la madrugada.
Cuando el atardecer se esconde
yo la busco en la clara del sol
en las nubes
en la tierra
en los frijoles
pero la tarde se seca
y las semillas dejan de brotar.
Me asalta la noche
cuando por fin entiendo
que el río de mis ojos
florece.