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Una cruel matanza de gatos en Francia



Hace no mucho leí el libro La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa del historiador inglés Robert Darnton. Su texto, como bien nos indica la introducción, es una aproximación de historia cultural a la Francia del siglo XVIII.


Lo que hace especial a este texto es que no hay propiamente una línea metodológica-epistemológica clara. El objetivo primordial de Darnton se limita a analizar algunos casos de la cultura francesa que a él le han parecido llamativos. De la misma manera, a través de este artículo, repasaremos el capítulo II.


Lo primero que quiero resaltar es que Darnton pretende estudiar las mentalités de los franceses dieciochescos. Esto es, él no busca remitirse a la denominada por algunos “alta cultura” o “Cultura” (con C mayúscula), sino que quiere estudiar los cuadros de pensamiento y la visión del mundo de la gente común y de las personalidades notables de la región gálica.


Por eso mismo, el capítulo I está centrado en diseccionar los cuentos populares de los campesinos franceses del siglo XVIII cuya tradición oral se remitía a la Edad Media o incluso más atrás. Su intención, en pocas palabras, es develar la claramente distinta forma de pensar de las sociedades de Antiguo Régimen.



Pintura de William Hogarth, The First Stage of Cruelty (1751).


Pues bien, ya en el capítulo II Darnton nos introduce el episodio relativo a una matanza de gatos acontecida en 1730 en la capital francesa, en la calle Saint-Séverin. El documento al que se remite el autor es el escrito de un obrero que trabajaba en un taller impresor, Nicolas Contat, que relata su vida de aprendiz en aquellos años por medio de su Anecdotes Typographiques.


Siendo lo más sintéticos posible, el episodio se reduce a la anécdota “cómica” de unos aprendices que padecían de una seria explotación laboral por parte de su patrón y su esposa en un taller de imprenta. Ante las excesivas horas de trabajo, los malos tratos (incluso por compañeros, pues ellos eran aprendices, no oficiales ni artesanos) y la pésima alimentación (les daban comida que incluso los gatos callejeros despreciaban), Contat, Jerome y Léveillé llegan al límite cuando ya ni dormir pueden.


Resulta que se había vuelto común que sobre el tejado del cuartucho en el que este trío se alojaba los gatos decidieran reunirse por las noches. Y pues es obvio lo que ocurría: entre tanto maullido era imposible conciliar el sueño. Ahora, aquí ya vamos introduciendo un poco el panorama social de la Francia de Antiguo Régimen. Recordemos que no ha sucedido la Revolución Francesa y, como tal, la sociedad de la época (en sus estratos medios y bajos) sigue teniendo tradiciones y esquemas de pensamiento y comportamiento más cercanos a los “medievales” que a los que podríamos reconocer como “modernos”.


Sin embargo, también aquí ya notamos cambios propios de una modernidad galopante. Los talleres lentamente se van pareciendo a las industrias que emergerán en el siglo XIX, los burgueses siguen siendo más profesionistas y comerciantes que industriales, pero empiezan a diferenciarse del sector de los artesanos y gente común. Así, el patrón y su esposa no tienen una vida propia del estereotípico burgués decimonónico (ya que todavía no ha surgido), pero tampoco vive a la usanza de sus trabajadores.


Y esto se refleja en que la pareja dueña del taller sí contaba con más horas de sueño, rara vez se paseaba por el taller (ya no trabajaban realmente) y por supuesto contaban con un mejor nivel de vida. Tanto que podían darse el “lujo” de tener gatos. Aquí el gato actúa como un factor diferenciador: el burgués lo tiene; el trabajador, pobre, no. Recordemos esto.


Volvamos al tema. Ante este contexto de explotación, los tres aprendices deciden actuar. Contat nos cuenta en sus Anecdotes que Léveillé poseía una extraordinaria capacidad para imitar sonidos. De esta forma, el osado trabajador se anima a ir a maullar a las cercanías de la casa del patrón para igualmente arrebatarle el sueño. Esto tal vez sí nos parece gracioso, ¿no? Tras varias noches, desesperados, los patrones les piden a estos aprendices que se solucionen el tema de los infernales felinos.


¿Qué ocurrió? Que este trío armó una verdadera masacre. Armados con palos y sacos, su cacería fue un completo éxito. Entendamos que esa liberación de rabia fue una especie de acto catártico. Los gatos eran una representación de sus desgracias como trabajadores y de su no-condición burguesa. Así, con la excusa de “solucionar el problema”, no sólo dieron muerte a los gatos, sino que les dieron una muerte cruel.


Muchos de ellos perecieron al caerse de las azoteas, pero otros, como Grise (gris en femenino), la gatita favorita de la esposa del patrón, fue golpeada brutalmente en la columna y riñones, y otros fueron sacrificados ritualmente (con un juicio y posterior pena de muerte por ahorcamiento). Lo curioso de todo esto es que Contat nos lo describe como algo que suscitó muchas risas.


Aquí Robert Darnton se cuestiona por el porqué de estas “risas”. ¿Qué tenía de gracioso para esos obreros del siglo XVIII francés el hecho de masacrar a unas decenas de gatos? Aquí entra la historia de las mentalidades anunciada al principio.


La gracia de haber matado a estos gatos recaía en dos factores: primero, que, dentro de la cultura popular francesa de Antiguo Régimen, en una festividad llamada el Carnaval, la tortura y persecución de gatos era muy común. Y, segundo, que esta matanza se entendió por los trabajadores como una abierta muestra de rebeldía.


Empecemos por el Carnaval. Esta era una de las festividades más importantes junto con la Cuaresma. Durante el Carnaval los franceses daban una cierta rienda suelta a sus pasiones, y entre ellas se hallaba el faire le chat: perseguir, torturar y matar cruelmente a los gatos callejeros.


Pero, ¿por qué? No sólo porque los gatos eran identificados con las brujas y supersticiones del estilo, sino porque parecía ser divertido el maltrato animal en general. Lo que pasa es que los gatos tenían un gran peso ritual (ya los egipcios, como sabrá el lector, les habían conferido un significado importante), denotaban fertilidad, eran símbolo de sexualidad, protegían casas (por eso se les metía en los muros) y un sinfín de cosas más. Por ejemplo, se decía que acariciar un gato ayudaba a encontrar el amor. En suma, “los gatos tenían un enorme peso simbólico en el folclor de Francia” (Darnton, 2018, p. 114). De esta forma, entendemos que estos obreros no hicieron nada del otro mundo, liberaron su furia al desquitarse con los gatos como normalmente se hacía.


Por otro lado tenemos lo del acto de rebeldía. La gracia de esta “broma” estribaba en que el burgués empezaba a tener ciertos privilegios. Al juzgar ritualmente a los gatos y luego darles muerte, incluyendo a la gata preferida de la señora (ella, por cierto, les pidió a los aprendices no hacerle daño), era una manera de burlarse del patrón y su esposa. Era una ataque a ese par. Al matar a Grise, estaban dañando a la patrona; al hacer lo del juicio, estaban acusando al burgués.


Una risa carnavalesca, burlona, descarada e impune porque al final los patrones habían pedido solucionar el problema. Incluso, podríamos decir que todo era un grave insulto porque estaban atentando contra la sexualidad de la patrona (tildándola de libertina al vincularla con esa gata) y se burlaban de la estupidez del jefe. Eso sí, tampoco veamos esto como un acto revolucionario despertador de conciencias. Nada más fue una burla obscena de unos aprendices hartos de ser despreciados y maltratados continuamente.


El hecho de que no seamos capaces de hallarle mucho la gracia a este acto ni de entender realmente por qué fue una ofensa tan profunda el que hubieran matado a unas decenas de gatos callejeros nos motiva a deshacernos de la falsa familiaridad que tenemos con el pasado. Es decir, este episodio nos muestra cuán diferente pueden llegar a ser las mentalités de las personas pertenecientes a sociedades tan distintas a la nuestra.



Bibliografía:

Darnton, Robert. La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa. México: F.C.E., 2018.

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