Una aventura japonesa en México
Giovanni Montiel

Te haré una pregunta: ¿qué tanto sueles pensar acerca de la historia de Japón? Quizá mucho, quizá nada… Pensar en Japón como un objeto histórico no es algo muy común; la mayoría de los historiadores se dedican a las edades clásicas de la historia —la Antigua, Media, Moderna y Contemporánea—, pero, al acercarnos a aquel archipiélago asiático, uno no puede quedar menos que fascinado.
Pues bien, así me sucedió a mí hace unos meses cuando llevé por vez primera una materia de historia de Asia; cuando en dicho curso llegamos al Japón del S. XIX, me percaté que compartía paralelismos con la historia de México.
Más tarde, decidí comenzar a investigar cómo había sido que, al parecerse estas dos naciones tanto en ciertos procesos históricos, se habían relacionado por primera vez en un escenario de globalización y forjamiento del capitalismo.
Fue entonces cuando me enteré de que la primera relación oficial entre México y Japón se dio entre 1876 y 1897 a través de una colonia agricultora en Chiapas. Me permito las siguientes líneas para narrar cómo le fue a la anterior en nuestro país. Para lograr comprender un poco por qué creo que hubo paralelismos es necesario que dé algo de contexto sobre la historia de ambas naciones:
Empecemos con México. Luego de la Guerra de Reforma (1857-1861), el entonces presidente Benito Juárez —el de tu billete de $500 y el de $20 viejito— suspendió una deuda en que debía pagar préstamos a España, Inglaterra y Francia. Esta última nación invadió a nuestro país, trayendo consigo al Emperador Maximiliano de Habsburgo y dando inicio al Segundo Imperio Mexicano (1864-1867). Derrotado el emperador europeo, la República volvió. Sin embargo, en su búsqueda por ordenar la vida política del país, Juárez cayó en un exceso de poder reeligiéndose hasta tres veces, falleciendo al inicio de la última.
Luego, en 1876, Porfirio Díaz consiguió hacerse de la presidencia dando inicio al Porfiriato, un período mayormente reconocido por los notorios avances tecnológicos y comerciales que experimentó México, así como uno que otro aspecto negativo.
No obstante, para conseguir que el país entrara en industrialización, Díaz decidió traer mano de obra extranjera y reestablecer tanto la inversión europea como norteamericana en nuestro país…
Vámonos a Japón. De 1635 a 1853, Japón había sido gobernado por la dinastía Tokugawa. La forma de gobierno que esta había impuesto era el Shogunato, un modelo en que su figura principal, el shogun, conservaba a la sociedad de una manera estrictamente estratificada. Las clases más beneficiadas eran los terratenientes (daimios) y los guerreros (samuráis).
Entre otras cosas, el shogun buscaba un Japón ultranacionalista y para conseguirlo estableció un aislamiento global que duró más de doscientos años, siendo Holanda su única puerta al resto del mundo en términos intelectuales y menormente comerciales. El proyecto se agotó porque en 1852, el comodoro estadounidense Matthew C. Perry fue enviado al archipiélago nipón para obligar, bajo amenaza de cañonazos, a la apertura comercial de sus puertos a Estados Unidos; como Japón poco sabía del mundo real, no contaba con artillería para defenderse.
Se firmaron unos tratados en los que Japón concedía ventajas comerciales a los estadunidenses, los ingleses y los rusos. Lo que sucedió fue que Japón se introdujo por la fuerza al mundo capitalista occidental, haciendo que sus ciudadanos comenzaran a preguntarse si el Shogunato realmente seguía funcionando.
Entre 1867 y 1912 daría comienzo la Reforma Meiji; significando Meiji “gobierno de luz”. Japón había comprendido que el futuro era el conocimiento ilustrado, la industrialización, el liberalismo, etcétera, por lo que tomó medidas para modificarse social y culturalmente tales como un mayor estudio de las bellas artes, las ciencias, el establecimiento de vías ferroviarias, la globalización, la creación de una constitución, la destitución de la antigua estratificación social…
En 1874, un funcionario mexicano y un periodista viajaron a un observatorio en Yokohama para presenciar un evento astronómico. Fascinados por lo visto, corrieron la voz de vuelta en México acerca de su experiencia y, sobre todo, dando su opinión sobre lo benéfico que podría ser el entablar relaciones con un Japón en plena reconstrucción. Más tarde, en 1882, los representantes de México y Japón en EE. UU. se reunieron en Washington para planear un tratado de amistad y comercio, el cual no se firmó sino hasta finales de 1888.
Iniciando los años noventa de dicho siglo, el Ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Enomoto Takeaki, pidió un informe sobre tierras mexicanas para poder establecer una colonia. Dicho informe habló maravillas del departamento de Escuintla, ubicado al norte del Soconusco, Chiapas —región que, por sus descripciones, maravilló hasta al propio Miguel de Cervantes—. En enero de 1897 se firmó un contrato de compraventa y colonización, acordándose la compra de 600 hectáreas en Escuintla, costando la hectárea a $1.55.
En ese sentido, el gobierno de Porfirio Díaz prometió todo tipo de facilidades para que la colonización fuera un éxito, incluidas una instrucción sobre la plantación de café y viviendas a los colonos. El problema fue que Enomoto Takeaki estimaba un presupuesto de $200 000 para la empresa y solo logró conseguir $59 875, es decir, no se alcanzó ni el 30% del capital.
Otro error fue que se contrataron treinta y cuatro japoneses de los cuales seis iban en calidad de emigrantes libres y eran estos mismos seis quienes tenían estudios sobre agronomía, mientras que los que iban en calidad de colonos, no. Los anteriores partieron de Yokohama en el vapor inglés Gaelic para que, luego de una escala en Hawái y cuarenta y siete días de navegación —durante los cuales se escribieron y firmaron los contratos de los colonos—, desembarcaran en Tapachula, Chiapas, en mayo de 1897.
Los japoneses tuvieron que caminar aproximadamente catorce horas para llegar a Escuintla, pues se carecía de transporte. El 19 de mayo fundaron la Colonia Enomoto Takeaki en Escuintla, pero gracias a la sorpresa de que no había viviendas (como se les había prometido), tuvieron que poner manos a la obra juntando ramas y troncos para crear sus propias casitas. Paralelamente a la construcción de sus viviendas comenzaron a cultivar verduras, maíz y frijol para tener alimento. Unos primeros pasos muy difíciles, claro está.
Como te has de imaginar, esta colonia fue todo un desastre. No solo las condiciones narradas eran perjudiciales, sino que los colonos no fueron capaces de adaptarse a las condiciones climáticas, las enfermedades tropicales no se hicieron esperar, no hablaban español, estaban prácticamente abandonados por el gobierno mexicano y desconocían totalmente cómo llevar a cabo la plantación de café, incumpliendo el gobierno también con esto. ¡Ni siquiera contaban con la semilla de cafeto!
Además, las cosechas empleadas en lugar del café constantemente fueron saboteadas por las plagas y los porcinos. Los ánimos decayeron en menos de cuatro meses. Tres años después de su fundación, la Colonia Enomoto Takekaki se desintegró a causa de un desastroso fracaso de tal magnitud que, el encargado de administrar la colonización, Kusakado Toraji, se suicidó.
La increíble paradoja es que los seis migrantes libres fundaron su propia colonia, dedicándose con mayor éxito al cultivo del maíz, la caña de azúcar, el cacao y el café; esta se convertiría más tarde en la Sociedad Cooperativa Japonesa Mexicana, la cual veía por los intereses de los migrantes japoneses.
Muchos japoneses decidieron migrar a Estados Unidos —de hecho, buena parte de estos tenían ese objetivo—, otros se quedaron para probar suerte en el comercio de la Ciudad de México y otros hasta participaron en la Revolución Mexicana ; lo cierto es que este hecho dio paso a relaciones más estrechas entre México y Japón que vale la pena seguir revisando.
Y es que la huella de los japoneses en México está en donde menos lo podemos imaginar; un ejemplo son las bellas y serenas jacarandas que engalanan nuestras calles en la más bella de las primaveras año tras año, pero ese será tema para otra ocasión. Y tú, ¿sabías que hubo una colonia japonesa en México?
Referencias:
Cruz Nakamura, Martín Yoshio, “El Japón del Soconusco. Comunidad e identidad japonesa nikkei en el Soconusco: una mirada desde adentro”, tesis profesional para obtener el grado de Maestro en Ciencias Sociales y Humanísticas, San Cristóbal de las Casas, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, 2012.
Esponda Jimeno, Víctor Manuel, “De Oriente al Soconusco (los inmigrantes japoneses en tierras chiapanecas)”, en: Anuario 1994 del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Tuxtla Gutiérrez, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, 1995, pp. 465-476.
Hernández Galindo, Sergio, “Economía-mundo, migración, comercio y guerra. Los inmigrantes japoneses en México y América Latina y el enfrentamiento entre Japón y estados unidos (1868-1945)”, tesis profesional para obtener el grado de Licenciado en Economía, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Economía, 2016.
Ota Mishima, María Elena, Siete Migraciones Japonesas en México. 1890-1978, México, El Colegio de México, Centro de Estudios de Asia y África, 1982.
Palacios, Héctor, “Japón y México: el inicio de sus relaciones y la inmigración japonesa durante el Porfiriato”, en: México y la Cuenca del Pacífico, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, mayo-agosto de 2012, pp. 105-140.