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Ubik Ubik Ubik

Actualizado: 13 mar



Reseña

Obra: Ubik

Autor: Phillip K. Dick


“For everyone lost in the endlessly multiplicating realities of the modern world, remember: Philip K. Dick got there first”

Terry Gilliam


“Para todo aquel perdido en las inacabables y múltiples realidades del mundo moderno, recuerden: Philip K. Dick lo vio primero”

Terry Gilliam



¿De dónde nos asimos para reconocer lo real?

¿Qué forma y deforma tu propia realidad?


En el futuro que plantea Philip K. Dick en su novela de 1969, titulada Ubik, el humano ya domina uno de los aspectos más aterradores de realidad: la muerte. En Ubik la civilización encontró la manera de lograr mantener ‘congelada’ la consciencia de una persona que acaba de morir: esto les permite ‘comunicarse’ de manera limitada todavía con los vivos.


En el contexto de Ubik los humanos también colonizaron la luna, y gracias a los efectos de esto algunas personas nacen con habilidades psíquicas que ponen al servicio del capitalismo, a veces infiltrando empresas para sacar sus secretos y revenderlos. Glen Runciter, jefe de una empresa que se dedica a ‘desactivar’ los poderes psíquicos de estas personas, recibe una oferta de trabajo en la luna para sus 11 mejores agentes y él. Cuando llegan a la luna, una bomba explota, matando a Runciter y dejando a cargo a Joe Chip, su mejor agente.


Y aquí es donde verdaderamente comienza la historia de Ubik.


Mientras intentan llegar a la empresa que puede ‘congelar’ la consciencia de Runciter para evitar su muerte y que puedan comunicarse con él, el tiempo y la realidad de los agentes vivos se empiezan a desmoronar rápidamente.


Los elementos a su alrededor —comida, cigarros, dinero— siguen siendo comida, cigarros y dinero, pero de hace 20, 30, 40 años. El formato es el mismo, pero la forma actual sufre un degradamiento de lo que era en su ‘anterior’ versión de lo real. Por el contrario, sus cuerpos, uno a uno, avanzan hacia su inevitable futuro en el lapso de unas horas— Joe Chip encuentra, uno a uno, los cadáveres de los agentes que envejecen y se pudren en cuanto se separan del grupo. Esto los lleva a cuestionarse su propia realidad, y qué fue lo que verdaderamente sucedió en esa estación espacial.


Ubik pone en conflicto no el tiempo mismo sino las realidad, y cómo es que esta se puede desmoronar rápidamente. Los personajes se ven forzados a saltar de una versión de lo real a la próxima sin pausa, obligándose a reconocer que todo lo que conocemos puede cambiar en el más breve instante.


Frente a la pérdida de la realidad, Phillip K. Dick nos presenta una solución: un producto multiusos por el nombre de Ubik. El producto se anuncia en toda la novela como la solución a absolutamente todos los problemas del hombre (si es utilizado correctamente). Para los personajes funciona en la forma de un fármaco. Con rudeza, el autor nos recuerda que, en el mundo posmoderno, la única solución que el capitalismo ofrece frente al vértigo del cambio constante es una u otra pastilla, para tratar la mente y no la realidad que la aflige.


Philip K. Dick retrata una desrealización de la realidad que permite poner en cuestión todas las maneras en la que nuestra concepción de lo real es una ilusión también. Nos muestra qué pasa en esa posibilidad aterradora de demandar respuestas de un mundo que no nos contesta. En este mundo el único dios al que podemos pegarnos es el fármaco.


I am Ubik. Before the universe was, I am. I made the suns. I made the worlds. I

created the lives and the places they inhabit; I move them here, I put them there. They

go as I say, they do as I tell them. I am the word and my name is never spoken, the

name which no one knows. I am called Ubik, but that is not my name. I am. I shall

always be.


Ubik es medicina y es la palabra. Es el discurso. Ubik, o cómo los sistemas hacen la realidad porque nos dicen cuál es el producto que nos va a ayudar a desenvolvernos en ella. Si Ubik sirve o no es irrelevante— actúa como dios, y también se desenvuelve como uno dentro del imaginario colectivo. Lo hacen Dios, y el en cambio hace la realidad, y esto nos revela la peor verdad: nuestros sistemas de lo real son tan frágiles como nuestro discurso.

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