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Terror y crueldad humana




Como todos sabemos, la historia se compone normalmente de procesos y cambios graduales. Sin embargo, también la historia comprende pequeños momentos, singularidades… microhistorias que sirven para explicar acontecimientos históricos de mayor envergadura.


En este artículo, me propongo relatar un evento sangriento y desagradable que, junto con otros muchos de su misma clase, fungió como catalizador de un cambio que reconocemos como parte de nuestra época contemporánea.


Este es el caso de Robert François Damiens. Apreciable lector, si te interesa entrar en más detalles de lo que estoy por narrar, te sugiero que leas el primer capítulo de Vigilar y castigar de Michel Foucault; se encuentra en internet en nada y menos…


Damiens fue un antiguo soldado y servidor francés del siglo XVIII. Su nombre pasó a la posteridad por lo que intentó en enero de 1757: asesinar al rey Luis XV… así nada más. Se desconocen las razones. Durante una distracción de la guardia real, Damiens se acercó al monarca y lo apuñaló en el costado con una navaja. No obstante, debido a los gruesos ropajes del rey y al escaso tamaño de su puñal, el daño fue mínimo. En cambio, él fue apresado inmediatamente.


Luego de ser declarado culpable por regicidio (a pesar de no haber liquidado al soberano), fue entregado a la más cruel tortura. Primero, le quemaron la mano, con que había empuñado el arma, en numerosas ocasiones con agua, aceite y azufre. Sobre las heridas llegaron a verter cera y plomo. Después, fue entregado al Ejecutor Real Sansón, quien, en la Place de Grève (París), procedió a atarle las extremidades a unos caballos con el fin de, sencillamente, desmembrarlo vivo… Sansón falló. Curiosamente, Damiens poseía una condición que lo hacía especialmente elástico.



Así pues, el verdugo decidió cortar con un hacha los ligamentos de sus piernas y brazos, volverlo a atar y repetir el proceso. El público de París quedó asombrado cuando el regicida fue desmembrado… su sangre se vertió por todos lados de forma horrorosa… el grito retumbó en todos los rincones de la capital de los borbones.


Pero no hemos acabado. Foucault relata que varios de los testigos afirmaron ver a Damiens vivo después de todo esto. Agonizando, él, o lo que quedaba de él, fue arrojado al fuego… y ahí se redujo a cenizas aquel hombre.


Este y otros muchos casos eran el pan de cada día de Europa hasta el fin del Antiguo Régimen en el siglo XVIII. De hecho, fue Cesare Bonesana di Beccaria quien, con su obra De los delitos y las penas abogó por un trato humanitario, por una justicia auténtica en la que los castigos fueran proporcionales y tuvieran un efecto preventivo: ¡porque todo castigo que va más allá de los absolutamente necesario es tiránico, sanguinario, bárbaro!



Claro que Damiens pudo haber estado en la mente de Cesare. ¿Qué sería de la civilización occidental sin figuras como las de Cesare Bonesana que, con sus ideas, modificó nuestro entendimiento acerca de las leyes y la dignidad humana?


No obstante, los alcances de Beccaria han sido limitados. Aún quedan demasiados rasgos de crueldad…mucha sangre sigue derramándose por el mundo, tanto de forma legal (en los Estados en los que la tortura sigue estando avalada) como de forma ilegal con los miles de asesinatos y otras formas de trata de personas. ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que los hombres y las mujeres en el mundo puedan vivir conforme a lo que les corresponde por el hecho de ser personas? ¿Cuántos más Damiens deben existir? Qué pesada que es esta carga que llevamos como género humano…



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