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Simbionte

Actualizado: 12 ago 2021


Dualidad: blanco y negro, la luz y su ausencia.




Como Fischer y Spassky en el verano setentero de Reikiavik o los radicales que (supuestamente) encontramos hoy en ambos extremos ideológicos, las izquierdas y derechas políticas se necesitan para existir.


La juventud ofrece el ímpetu, las ganas de cambio y los sueños locos, que cantaba un rockero vasco llamado Fito. Suele identificarse más con la izquierda, pues aún cree en la compasión de la raza y piensa que el Mal no es tan malo.


A ese espíritu candente, revolucionario y atrevido, es necesario ponerle un contrapeso. La sociedad debe avanzar, es el camino natural de la evolución, pero a una velocidad controlada.


Para asegurar que el cambio sea gradual y no súbito existe la derecha, que se inventó por adultos desilusionados. El pragmatismo sólo llega con los años y, más importante aún, el realismo, superpoder que permite ver las cosas como realmente son y no como queremos que sean.


Tengan en cuenta que en el mundo de hoy conviven descendientes directos de los Nazis (que no tendrán más de 70 años) con personas que han decidido cambiar de género y operarse el cuerpo. Es un paragüas MUY amplio que nos abarca a todos y, si se me permite, con bastante éxito.


Leemos muchos titulares sobre la “extrema izquierda” y la “derecha fascista” en todos los medios. Desde Corea del Sur hasta Europa, pasando por Australia y Estados Unidos, el mundo parece haberse llenado de radicales en apenas cinco años.


Estoy plenamente convencido de que esto se debe, sencillamente, a que los periodistas (generalmente mediocres) piensan que Twitter es el mundo y toman la opinión de un nerd anónimo como si fuera un comunicado oficial del Frente de Liberación de Judea (grandes Monty Python).


Lo que sí está claro, es que si cualquiera de los dos extremos tomara el control de las cosas, lo primero que haría sería eliminar al otro, lo que dejaría un vacío moral e ideológico donde nadie les diría: “No tenéis razón”. Ese constante choque de ideas, aún entre los extremos más viscosos y deleznables, es el carbón de la locomotora humana.


La falla de la derecha, como la de todo hombre sereno, es la inacción. El conformismo de pensar: “Bueno, sé que estos son unos criminales… pero al menos son mis criminales.”


Se asemeja en esto la ideología a esos intelectuales de salón, pipa y boina que se pasan la vida dando lecciones sin haber salido de su calle.


Y así vamos. Unos con su conformismo fatal, otros con una inocencia que roza lo naïf. Inmortales condenados (¿bendecidos?) a una lucha eterna en la que la única forma de ganar la guerra es empatar todas las batallas.







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