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Sami, Ragy, George y sus amigos…

Actualizado: 12 ago 2021


Vía: Complex.com


El mejor fin de semana de mi vida lo pasé en Montreal con Sami, Ragy y George, hijos de palestinos que huyeron a Kuwait, y sus amigos cercanos.


Dos semanas después nos vimos de nuevo para celebrar nuestra graduación de universidad y recuerdo el paseo que dimos por la calle, alta noche, mientras me caían muchas lágrimas.


A la abuela de uno de los amigos la engancharon durante la guerra de los 6 días y todavía no se sabe dónde está.


Los abuelos de Sami tuvieron que salir de Gaza con lo puesto hace ya más de medio siglo. George y Ragy -hermanos- nunca han estado en su tierra, lo más que se han podido acercar ha sido hasta una línea imaginaria en el Mar Muerto desde donde ven la sombra recortada de lo que debe ser Palestina; si avanzan más pueden recibir una bala.


Esta fue una de las cosas que más me impactó; el dolor ambiguo de no conocer tu hogar. Ambiguo porque… ¿cómo echar de menos algo que nunca se tuvo? Dolor porque, está claro, no han estado nunca en su país.


Así estuvimos varias horas, ellos hablando y yo escuchando. Fue la primera vez que miré a la guerra y sus consecuencias de frente, hasta ese momento todo había sido teoría.

Me emocionó mucho su dignidad y que fueran capaces de reír y hacer chistes aunque, como un fantasma, la frialdad de la muerte se colaba en el subtexto.


Meses después, conocí a un grupo de israelíes que me describieron con mucha crudeza su lado de la situación. Uno de ellos, que había perdido a un buen amigo por un cohete de Hamas, se lamentaba:


“No entiendo por qué nos odian. Sólo queremos vivir en paz en nuestra casa”.


Y ahí el quid de la cuestión: israelíes y palestinos son peones en un juego de geopolítica y simbolismo que empezó en 1917 (¿A quién va dirigida la Declaración Balfour?) y en el que es importante que se maten.


En términos políticos, Hamas (líderes de Palestina) y Netanyahu (cacique de Israel) son operarios a sueldo cuya función es mantener el conflicto vivo el mayor tiempo posible.


Para Bibi; más conflicto = más muerto palestino = más suelo que expropiar = más crédito político.

Para Hamas; más conflicto = mas dinero gringo = más muerto palestino = más emoción mediática para la causa de los oprimidos.



Todo esto lo saben Sami, Ragy y George… y aún así creen en la raza humana. Creen en la luz y el cariño, a pesar envidias y egos, y de haber sentido el silencio que rodea al Mal. A mí se me encoge un poco el corazón ante tanta tragedia y he desconectado mucho de las noticias que salen de esa región del mundo. (Privilegio europeo se llama eso).


Ellos no, siguen en la brecha, obligados por la situación vital de sus familias y almas. Cruzados en lucha sin cuartel contra una maquinaria que no es Netanyahu ni Hamas… si no todos juntos y a la vez ninguno.


Cuando salen titulares de Gaza sólo pienso una cosa:

Ojalá exista el Infierno.



PD: Una gran parte del problema, la más confusa, tiene su raíz en los orígenes de la masonería, Salomón y el Templo y las aventuras aún por explicar de los templarios y cruzados.



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