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Revalorizando el arte latinoamericano: Glauber Rocha y el Cinema Novo

Por Camila Sánchez Mejorada Buen Abad



A principios de los años setenta el director de cine cubano Julio García Espinosa se preguntó en su texto Por un cine imperfecto por qué nos preocupa, como latinoamericanos, que los europeos aplaudan y celebren el contenido que se produce de este lado del mundo. América Latina ha tenido siempre una relación dual con la crítica europea (al día de hoy se suma la estadounidense). Por un lado, la alabanza europea se convierte automáticamente en elogio mundial y pareciera que solo a partir de este momento la obra (cine, literatura, pintura, lo que sea) adquiere valor y seriedad. No los tenía frente a los ojos de nadie antes de la ronda de aplausos. Las premiaciones europeas se han convertido en un modo de "alcanzar el éxito" porque pareciera que el reconocimiento del valor artístico de una obra latinoamericana lo tenemos que encontrar en otra parte: tiene que venir del “primer mundo”. Por más problemático que sea esto, la aspiración de gran parte de los cineastas contemporáneos por ser reconocidos en festivales del otro lado del Atlántico se mantiene, y las razones son comprensibles: el cine es al final del día una industria, y las oportunidades que surgen del reconocimiento europeo para seguir produciendo no son insignificantes. Tampoco son escasos los ejemplos de películas que son insignificantes para el público del país en el que se produjeron hasta que llega la ola de la ovación extranjera. Sin embargo, ¿no deberíamos cuestionarnos el valor de la “estrellita en la frente” y romper con el esquema de producción y exhibición que nos impone el imperialismo cultural?


Sería entonces relevante preguntarnos, de nuevo, ¿por qué aplauden? Sin duda, hay algo más allá de que la obra sea buena. ¿Qué ven los jueces y críticos europeos, eternos dictadores del “buen gusto y de lo que merece reconocimiento”, en el cine latinoamericano? Glauber Rocha ya tenía una respuesta a la pregunta unos años antes de que García Espinosa la planteara: "Al observador europeo, los procesos de la creación artística del mundo subdesarrollado sólo le interesan en la medida en que satisfagan su nostalgia del primitivismo" (Rocha, 1965). En este primitivismo, en esta "magia surrealista" con la que tantos cineastas y críticos de cine extranjeros han quedado encantados, no hay más que la fetichización de pueblos históricamente oprimidos, sumidos desde hace un par de siglos en condiciones políticas y económicas deplorables. Los mariachis, el tequila y las ficheras en México, o la chanchada y la exotización de la samba en Brasil son dos ejemplos claros de los elementos que abundaban en el cine latinoamericano de la primera mitad del siglo XX. Estos parecían tener la intención de mostrarle al mundo las maravillas del continente y servir casi como atractivo turístico, pero terminaron exportando una especie de cultura deslavada y estereotipos desconectados de la realidad. La diferencia entre lo que se veía en pantalla y lo que vivía la gente era abismal. Esta representación se convierte casi en una burla cuando pretende esconder, ignorar y desaparecer a todos aquellos que sufren de la que para Glauber Rocha era la peor consecuencia del perpetuo estado latinoamericano: el hambre.


Es con todas estas ideas en la cabeza que surge el Cinema Novo. No pasarían muchos años para darnos cuenta del impacto cultural que tuvo y de cómo se convirtió en el impulso de tantos movimientos sociales latinoamericanos de los sesentas. Es la prueba histórica y documentada de que el cine puede ser revolucionario.


"La cultura de un país neocolonizado, al igual que el cine, son solo expresiones de una dependencia global generadora de modelos y valores nacidos de las necesidades de la expansión imperialista."


-Octavio Getino y Fernando "Pino" Solanas, octubre de 1969.



Tierra en trance:

Glauber Rocha, 1967


¿Dónde queda el pueblo en la guerra por el poder?


Ver Tierra en trance fue encontrar esa conjunción entre la política y el arte que llevaba años buscando: cine latinoamericano que hable de la realidad de Latinoamérica. Es hasta ridículo las pocas películas que se me ocurren que hagan esto. Hablar de Tierra en trance me cuesta un trabajo inmenso porque mi cerebro no deja de irse por todos los caminos de reflexión a los que incita esta película. Qué extraño es que frente a algo que creo que tengo tanto que decir me quedo sin palabras. No queda más que hacer el intento de expresar la genialidad que creó Rocha a la hora de hacer una película que nos atañe a todos como seres políticos y latinoamericanos.


Si tuviera que definir el conflicto interno del personaje principal de Tierra en trance en una frase, diría que es la convivencia entre lo poético y lo político. ¿Cómo crear imágenes cinematográficas poéticas que contengan toda la fuerza de un mensaje político revolucionario? ¿Cómo hacer arte que cuestione, critique y desestabilice a las estructuras de poder si son justamente estas las que se encargan del control de la producción artística? El arte, cine en este caso específico, capaz de emitir un mensaje que resuene en la población y la haga tomar conciencia de su opresión es el más peligroso para el Estado latinoamericano.


Hablemos de Paulo, el personaje principal de Tierra en trance, interpretado por Jardel Filho, y de su eterna batalla interna. A pesar de que el sufrimiento de Paulo gira principalmente alrededor de su dilema de si "haría un bien mayor" si fuera poeta o político, la película termina exhibiéndolo como un hombre con pretensiones delirantes de cambiar la vida de los demás pero que en realidad sufre de una desconexión tremenda con la realidad y no tiene ni la menor idea de qué es o qué quiere el pueblo. Es la ironía del artista egocéntrico que cree que puede cambiar el mundo, y en el proceso se olvida de voltear a ver cualquier cosa que no sea él mismo. Revisando mis notas encontré un "Paulo se cree el salvador de un pueblo pendejo", y pues sí. Da la impresión de que el personaje principal está inspirado en el propio Rocha, y si esto es así, qué nivel tan fuerte de autocrítica tenía el cineasta. Es una crítica que cala profundamente en mí y en mis pretensiones de hacer cine político. Como parte de las clases menos oprimidas de Latinoamérica no podemos ignorar que Tierra en trancenos habla directamente.


Otra de las grandes cuestiones que plantea Rocha en su película es la definición del pueblo. Lo hace a través de una secuencia impresionantemente cruda e hipnótica que nos mueve hasta lo más profundo. ¿Quién es el pueblo? ¿Aquél al que llaman extremista por exigir un lugar en dónde vivir? Tierra en trance lleva la pelea por el poder al punto más ridículo (pero doloroso por lo real que es) cuando uno de los personajes declara con la mayor convicción posible: "En El Dorado no hay hambre, no hay pobreza. El que diga lo contrario será aniquilado”. Es el descaro y la crudeza pura en una sola afirmación a la que se le añade una fuerza impresionante por las imágenes que la acompañan. Es la opresión del pueblo abstraída hasta sus elementos más puros y dolorosos. Es un sistema político que no solo se niega a mejorar las condiciones de vida de su país, pero también está dispuesto a eliminar a cualquier persona que se atreva a intentarlo.


Por más desalentador que vaya a sonar esto, ver Tierra en trance es ver en pantalla grande el ciclo aparentemente eterno que vive el continente. La película, estrenada hace más de cincuenta años, es un retrato vigente de nuestra sociedad. Las esferas políticas siguen estando llenas de gente que solo se mueve por intereses propios, la Iglesia y las empresas privadas siguen teniendo un control impresionante sobre la población. Parece que estamos atrapados en un bucle por toda la eternidad, condenados a vivir para siempre bajo las mismas condiciones de injusticia y egoísmo. Espero equivocarme. A pesar de esto, Tierra en trance se mantiene como una de las películas más críticas del sistema de la Historia, y sigue impulsando la reflexión y funcionando como un llamado a la acción hasta el día de hoy.



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