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Oh, mamá Carlota, desconecta tu seno



Hay relatos interesantes, demasiado interesantes, sobre lo ocurrido en el continuo asedio que fue la mayor parte de México en 1864 a 1867.


Historias de guerra, hambre, ingesta de asnos y perros, y sobre todo de oralidad; pero no recuperadas o registradas formalmente.


Podríamos decir que en aquellos años la producción literaria que se daba estrictamente en las imprentas se reducía a esquelas, avisos, letras e informes en contra o a favor del régimen monárquico y lo que representaban Carlota y Maximiliano.


Sin embargo, hay un fenómeno que va más allá de la hoja y la imprenta, ya que se apostó en la mayoría de las tropas republicanas como un símbolo de esperanza y apoyo. Hablamos de Adiós, mamá Carlota.


Alrededor de fogatas improvisadas en distintos lugares de aquel Méjico, se cantaban estos versos:


“Alegre el marino/ con voz pausada canta…”. Por aquellos lugares, la comida llegó a ser escasa y el agua también. Pero siempre llovieron balas y filos como maná, verdadedios. Pero el canto y las historias no faltan.


“Y el ancla ya levanta,/ Con extraño humor./ La nave va en los mares…” Carlota había embarcado rumbo a Europa, sin boleto de regreso (ella no lo sabía) para pedir más refuerzos y ayuda monetaria al Papa.


Y a nosotros qué más queda poesen. Puros quelites asados y meados de burro, “Botando cuál Pelota”, al fin y al cabo. Pero ningún gachupín nos va venir a hacer la contra y andar paseándose los bigotes güeros en las calles como si doeño foese.


El general Riva Palacio, fiel republicano, compuso 'Adiós, mamá Carlota' para satirizar el régimen imperial, a los emperadores y conservadores, para ridiculizar la patria de Ignacio Rodríguez Galván y así traer devuelta la carreta de Benito con él dentro, desde Durango.

La estrategia de Riva Palacio es valiosísima, ya que satiriza a Carlota, mamá de México, la que sí hizo algo en este lugar. Y el poder y carga sentimental de estos versos ante los soldados republicanos fueron enormes. Darle un cántico a un ejército, una burla y esperanza de victoria, fue también una estrategia militar.


Ya bien sabemos las ineptitudes y berrinchillos de Maximiliano de Habsburgo (ojalá y no me escuche ni lea Nina Wilfinger decir/escribir esto) en México, su bondad romántica y fatalista lo llevó a fracasar en la empresa México 1864-1867.


Su plan de ser el Humboldt mexicanizado y de la península fueron meramente proyectos.


Pero ¿quién se quedaba al mando mientras Maxillo se iba a descansar y retozar a Querétaro?, ¿quién de verdad la sudó en Yucatán y ante todas las soledades de gira por el imperio?, ¿quién vio primero por sus futuros súbditos mallugados ya, o ya súbditos mallugados, en vez de priorizar lujo, excursiones y la chingadera?


Pues Maximiliano no fue. Fue mamá Carlota, la satirizada, el símbolo de madre inmaculada que el otro pueblo de México quiso y llegó a apreciar (Freud por favor no me penalices por esto, es ejemplo, dios mío).


“Adiós, mamá Carlota; / Adiós, mi eterno amor”.


Probablemente fue algo injusta hacer de Carlota la figura satirizada. Probablemente no. El punto es que ya has juzgado, historia. Y Carlota despegó su seno hace más de un siglo. Se nos fue mamá.


Pero hoy, ante todo, el recuerdo del Segundo Imperio permanece conectado, como victoria. Pero hoy, ¿de qué sirvió el canto, si hay otros fantasmas conectados fuertemente en México? Y queman.



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