Las pérdidas que nos arrebataron
Las pérdidas que nos arrebataron: la violencia en la política de la representación desde 'Vidas Precarias' de Judith Butler.

La pérdida nos une como seres humanos. Sea la pérdida de algún ser cercano, o presenciar la muerte de alguien, o vivir la pérdida de 43 estudiantes que nunca conociste, o la pérdida de una mujer de 18 años en Guaymas, Sonora. La pérdida de un ser humano nos refleja su vulnerabilidad, su fragilidad, y por consiguiente, nuestra propia fragilidad.
“No matarás”, nos dijeron. Es un mandamiento que prohíbe a los humanos ejercer la violencia última sobre otro. Al mismo tiempo, este precepto nos protege de ser matados por el otro.
Judith Butler, en su libro Vidas Precarias (2004) argumenta que este mandato es justamente necesario porque nuestra primera pulsión humana es la de matar, quitar la vida antes de que te la arrebaten a ti. Pero no es necesario, porque “no matarás”: eso nos protege y nos prohíbe.
Aunque este mandamiento parezca algo individual a lo extremo, en realidad nos demuestra que nuestros cuerpos son parte de un espacio público, son políticos, ya que somos sujetos de violencia: de sufrirla o de ejercerla.
Pero, ¿qué pasa cuando alguien cercano vive esa violencia, ese fin último? Entonces, llega el duelo. El duelo nos muestra una vez más que nuestros cuerpos están sumidos en lo público. Después de una pérdida, durante el duelo, nos perdemos y tenemos que re-encontrarnos con la ausencia. Tenemos que averiguar como ser sin el ser de alguien más.
El duelo es entonces un arma potente para unir a los cuerpos en el espacio público. Nos congrega en las iglesias, las calles o las redes. La pérdida, y esa reubicación que tenemos que hacer de nosotros mismos, nos reencuentra con grupos, con otros que también viven ese duelo.
Pero ¿qué pasa si no podemos vivir ese duelo? Entonces no nos encontramos con otros bajo un nosotros. Aquí es donde entra la política de la representación, dentro de los duelos que podemos o no vivir.
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, (la frase que nos encanta acuñarle a Benito Juárez), se sitúa dentro del mismo marco del “no matarás”: la prohibición y la protección. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no representamos a la persona que matamos? ¿ese ajeno pierde su derecho?
Si los cuerpos que plagan las fosas no tienen nombre, no tiene cara, entonces ¿no tienen tampoco derechos? Lo que efectivamente no tienen es el duelo, es la pérdida no vivida que los vuelve a matar, los despoja de haber nacido y nos mantiene separados.
Ahora, la representación no se trata de mostrar en primera plana las imágenes de cuerpos descuartizados o mujeres en bolsas de basura. Al contrario, esto nos lleva a una deshumanización de los cuerpos, los vuelve material de consumo.
Como indica Butler “La demanda de una imagen más verdadera, de más imágenes, de imágenes que trasmitan todo el horror y la realidad del sufrimiento, ocupa un lugar de importancia. En general, el borramiento del sufrimiento mediante la prohibición de imágenes y representaciones circunscribe la esfera de lo visual, lo que podemos ver y saber. Pero sería un error pensar que sólo es cuestión de encontrar la imagen justa y verdadera para que cierta realidad sea transmitida. La realidad no es transmitida por lo que representa la imagen, sino por medio del desafío que la realidad constituye para la representación” (2004: p. 183).
Actualmente, parecería que estamos desensibilizados ante las imágenes de la violencia extrema. Imágenes de cuerpos desechos predominan más que los rostros de quienes cometieron el delito. Esto también entra dentro de la política de la representación, de lo que se nos permite ver y pensar. Se nos permite tener miedo, el miedo paralizante de que un alguien sin cara ni contexto venga a arrebatarnos la vida.
La representación y los duelos nos unen, nos permiten pensar más allá de lo que es conveniente que pensemos, más allá de la imagen de la felicidad o del miedo. Nos permite sentir rabia, sentir pérdida y buscar un nuevo lugar para encontrarse.
Sin embargo, esta representación tiene que ser pareja, tiene que ser absoluta. Esto significa aceptar la humanidad y los rostros de quienes nos han antagonizado.
La polaridad que estamos viviendo en todo el mundo nos prohíbe vivir un duelo en conjunto. Nos separa en campos de batalla, en trincheras que se dividen cada vez más, que gastan energía en autodeterminarse como ajenas. Violencia, guerras, duelos: nos afectan por igual, pero decidimos afrontarlos como enemigos.
Tenemos que volver a aprender a mirar, a rescatar la imagen que se nos oculta, a vivir el duelo como comunidad. Tenemos que vivir la pérdida de quienes están en cada trinchera, ver ese duelo de frente, más allá de los héroes de bronce o los mártires nacionalistas.
Hay violencia en la censura, en lo que nos obligan a ver como en lo que nos ocultan. Pero eso no se resuelve con imágenes explícitas o morbosas, se resuelve con la vulnerabilidad de saberse perdidos y la voluntad de encontrarse. Esta vulnerabilidad es entonces nuestra mayor arma política.