La enfermedad y la nueva vanguardia
Actualizado: 12 ago 2021

Cuando se ha presenciado un nacimiento queda la impresión de una revelación, no sólo por la promesa de una continuidad del espíritu, también por la promesa de una renovación -quizá hasta de una reivindicación. Ahora mismo hemos presenciado el nacimiento de nuestro siglo, porque nacer es enfermarse, es buscar el alivio del que se nos ha privado. Con veinte años de gestación, vislumbramos la gran enfermedad, no como un acontecimiento sombrío, sino como una luz que revela otras enfermedades particulares. La comunicación cada vez se instala con más fuerza en los símbolos pictóricos que nos devuelven a la caverna. La luz de la enfermedad no produce reflejos, como nuestra amada luz artificial, sino que nos muestra enteramente desnudos: somos una paloma que se quema entre horizontes. No puedo hacer otra cosa sino fijar mi atención en mis alrededores: algunos arden sin prisa, unos corren despavoridos, y otros -los menos- brillan inocentemente y alumbran los caminos del porvenir. Pero ningún porvenir nos pertenece si el pasado no nos modifica. Cambiamos, sí, pero desde el pasado, desde la continuidad. El tiempo no es sino movimiento, perpetuidad de probabilidades que acaso ya están calculadas. La esencia, el carácter, dice Schopenhauer, determinan nuestras acciones según los motivos y las circunstancias. Siempre habrá un motivo más fuerte, aquel que nos impulsará a tomar una decisión definitiva. ¿Cuál es ese motivo, esa necesidad de ruptura que ha quebrantado al arte y a la poesía?
Hace unos días me hallé con el testimonio de una joven poeta en una revista que me interesa bastante: “La poesía es un acto político” dice. ¡Caray! Quizá he leído de derecha a izquierda todo este tiempo. Pero aún así, la política se puede instalar en cualquier parte, si así se desea. Un ser político es alguien sospechoso. Un poeta, pienso, debe ser alguien inocente, alguien que sólo sospeche de sí mismo, porque toda sospecha tendría que ser atribuida a nuestra falta de entendimiento sobre el propio ser. Pero volvamos sobre el motivo que ha revelado la enfermedad. Si queremos ocuparnos de cualquier asunto con desdén e ironía, habrá tiempo para ello. Habrá tiempo para un consorcio de ciegos que describan el paisaje a un sordo y así consecuentemente. Los sentidos nos han estallado en las manos y apenas un poco de polvo se respira de otros tiempos. No me refiero a una melancolía barata, sino a la constancia que nos pide la modernidad. ¿Que ahora somos posmodernos? No me engañan, sigue habiendo más de modernidad ahí. El alma no se ha escapado, preferimos no verla, preferimos la inmediata conciencia del cuerpo, pues todo lo demás nos parece invisible. ¿Y la poesía? Nada entre abismos de cotidianidad, entre engrandecimientos de lo minúsculo, si acaso eso tuviera ingenio propio o alguna novedad reivindicativa. Pronunciamientos no hay, sólo hay un eclecticismo bastante endeble que no arroja ninguna pasión, ningún compromiso. Los poetas están por nacer, decía Huidobro con esperanza. ¿Pero cómo nacer entre migajas, entre medias verdades, entre fatiga de ser, de existir simplemente? Acaso nunca será más necesaria una vanguardia, una palabra verdadera, un cuerpo cierto, una sola frase que nos impulse desde el palpitar íntimo del pulso. Si esto ha de existir que sea ahora, que surja como una llamarada del ingenio, que surja de nosotros, poetas, si es que lo somos, o si no lo somos, no importa, que nuestros nombres hablen por nosotros. Que sea la vida la que produzca más vida, y que la muerte, ese gusano del que nos habla Valéry, ya no se alimente de nosotros. Recalculemos, una vez, al encontrar en nuestro futuro el pasado que modifica nuestro presente. Una viva voz que se desprenda de los espacios interiores del alma, un nuevo universo, o el mismo universo, pero sin cadenas, sin fragmentos, sin indecisión. Las imprecisiones son necesarias para la naturalidad de la vida, pero quien sea que viva de imprecisiones andará entre espejos sin saber bien qué produce su deseo y si acaso podría querer de otra manera, pues querer es ser. La poesía deberá bastarse a sí misma y provocar estertores en las tumbas y visiones armoniosas o espantosas o innombrables para los vivos, pero al menos visiones completas. El rompecabezas es sustituible por una imagen completa. Quien destruye debe tener alma de inventor, alma de arquitecto. La duda no sobrevive en sí misma si no hay pueblos a su alrededor. Volvamos a la música, a la alegría de la simpleza o de la complicación. Quizá la nueva vanguardia esté naciendo en los corazones que han podido mirarse a través de la luz de la enfermedad. Quizá la poesía esté mirando, después de muchos años, a sus retratos arrumbados. No con el ansia de retornar, sino con el alma puesta en el instante en que se desarrolla su eternidad.