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La deconstrucción y los fantasmas




El

pasado (reprimido)

siempre

vuelve.


Todo aquello que se borra, deja huellas del borrado (1).


En su momento escribí un artículo que titulé “De cazadores a leones: otras miradas de la historia”, pues bien, este texto funciona como una continuación y conclusión.


La escritura de la historia conlleva un acto de creación literaria muy problemático para el campo de la teoría, pues, al mismo tiempo en que se habla de un Uno, se excluye un Otro-asimétrico. Esto significa que escribir acerca del pasado, por antonomasia, implica un ejercicio de represión: se narra una perspectiva, pero no se engloba la totalidad de lo ocurrido, pues es imposible. Al final, trabajar con historias, es trabajar con observaciones del pasado, construcciones que hemos escogido plasmar en el papel; nunca con el pasado-en-sí.


“Es un pasado que no podemos tocar y que, sin embargo, nos toca. […]. Ahora bien, el pasado, como un fantasma, está por definición ausente […]. La historia es la presencia de la ausencia” (2). El pasado no es. Hablamos de algo que nos es ajeno, incomprensible, y, no obstante, nos engañamos creando una ficción en la que pretendemos saber por qué y cómo pasaron aquellas cosas que dejaron de existir, ¿realmente lo sabemos?


Lo interesante aquí es entender que la producción escriturística del discurso histórico nunca acaba: siempre hay nuevas historias por contar. La clave está en ver qué tipo de historias queremos rescatar del pasado-ausente. Se trata de buscar los espectros, remover el pasado y desvelar los silencios; renunciar a creer ciegamente en las palabras de seres humanos que nos escribieron algo en el pasado: ¿por qué ellos habrían de contarnos sólo la verdad?


¿Acaso no hay fuerzas y motivos ocultos en la escritura de algo? Siempre hay versiones alternas, exclusiones, silencios impuestos, observaciones olvidadas… Debemos atender a aquellas voces… aquellos susurros. Un desafío constante: nos encontramos siempre interpelados por un fantasma que nos acecha… Por esa misma razón, no debemos tomarnos a la ligera hablar sobre el pasado; hay claras implicaciones éticas en el momento de hacer historia.


Entonces, ¿nosotros engendramos fantasmas? Probablemente… seguramente sí. Por eso preferimos pensar el pasado como algo dado e inmutable: no porque realmente lo sea, sino porque queremos que, a toda costa, esa sea la versión que se cuente de lo ocurrido: ¡la nuestra, la nuestra es la buena! Tal fue la verdad y punto. ¿Tiranía? Por supuesto, y nadie escapa a ella, ¿o quizás sí? ¡Cómo nos encantan las sombras de esta caverna en la que nos adentramos!


El fantasma nos perturba, nos incomoda, y así debe ser. La historia nunca debe dar por verdaderas las cosas. Por eso, nuestro entendimiento del pasado debe ser plural, polisémico… incluso contradictorio.


Es momento de desafiar la historia “oficial”, desestabilizar la tradición… deconstruirla, diría J. Derrida. Esto es una exhortación, precisamente, a aproximarnos deconstructivamente a la historia: cuestionar, transgredir y desafiar a ese romano mandón llamado statu quo (3). No es la historia que se cuenta, sino cómo se cuenta.


Por eso es que “la historia nunca es confiable” (4).

Hýbris, querido lector. “La historia nunca puede descansar en paz” (5).

¿Para qué pedir garantías cuando podemos entregarnos a la infinitud?




Notas al pie


(1) Ricardo Nava, «El mal de archivo en la escritura de la historia». Historia y Grafía, 38 (2012): 119.

(2) Ethan Kleinberg, Haunting History. For a Deconstructive Approach to the Past (EUA: Stanford University Press, 2017), libro electrónico. La traducción es mía.

(3) Ray Bradbury. Fahrenheit 451. Trad. por Neil Gaiman y Joan-Josep Musarra Roca (Barcelona: Minotauro, 2020), 203.

(4) Cfr. Michel de Certeau, La posesión de Loudun.

(5) Idem. La traducción es mía.

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