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Imagen y palabra: el soplo de la literatura y el psicoanálisis




Hay varios nexos entre el psicoanálisis y la literatura. Desde la primera, el consciente se llega a estudiar a partir de la formulación y profundidad del lenguaje en virtud de su hermano escondido: el inconsciente; en la última, el consciente y el inconsciente son parte sumamente importante de la reformulación del mundo, lo que recoge los datos e información para después plasmarlo todo, o su mayoría, en lenguaje. No obstante, el ejemplo del estudio de la imagen y la palabra mediados por la literatura y el psicoanálisis, que es lo que nos ocupará aquí, es aún más interesante.


La forma en la que se relaciona la palabra con la imagen ha sido estudiada a profundidad en el ámbito de la lingüística. Siempre va a haber una imagen, un pedazo de mundo al cual nos podamos referir y que siempre cambia dependiendo de la persona y cómo conciba una palabra y lo que designe, y al que se le puede añadir el adjetivo mental.


Sin embargo, la palabra y la imagen no son simplemente algo hacia donde se apunta, con lo que se apunta, o un material de interpretación. Van más allá de una relación referencial o de que una remita a la otra. Para esto, el psicoanálisis es de mucha ayuda, ya que aporta una distinción sutil.

Allanar el mundo con explicaciones y secuencias descriptivas que devengan un orden, con nombres nuevos o reformularlo desde el lenguaje, con preguntas que especulan su forma, no son las únicas funciones de la palabra. Y la que más resalta en este momento es la función de soplo.

George Didi-Huberman, en Gestos de aire y piedra, dice al respecto: “en sus soplos mismos o ahogos, la palabra no vale sino cuando se dirige a un tiempo del que el sueño es su guardián y la imagen su material” (58). Toda palabra tiene un soplo, aun cuando está escrita. El soplo es dar aire, dar algo que nuestros pulmones, nuestro cuerpo necesitó para vivir.


Cuando hablamos de soplar, también deberíamos tomar en cuenta que al hablar soplamos, dirigimos despidiendo el aire que necesitamos hace unos momentos para dárselo a algo más: la palabra. Y lo que esta hace cuando es soplada, es dirigirse a la memoria, a la evocación, a lo que reverbera del pasado en el presente: la imagen.


El uso mismo del lenguaje, en toda su extensión, está atado a la imagen. Incluso los sonidos y falacias fonéticas que encontramos en el mundo y la poesía.


Un ejemplo que vendría bien es cuando hablamos sobre algo. Siempre hablamos sobre algo, eso es cierto, nunca dejamos de hablar de y sobre palabras. Esto implica que todo el tiempo nos estemos refiriendo a algo, al pasado, al silencio y sueño, a lo que nuestros sentidos perciban. Siempre habrá imagen.


También Maurice Blanchot trata brevemente lo anterior en El espacio de la literatura. Cuando habla acerca de la muerte del comerciante Brejonov, personaje de Maestros y hombres de Tolstoi, acierta al pensar y considerar no solo la muerte en el frío del comerciante, sino el cómo y su gesto. Blanchot considera la imagen de Brejonov muerto, a los pies de su ciervo Nikita ya congelado, y la oración que le dirige antes morir el comerciante: “Parece que estaba muy asustado y me volví bastante débil” (166). Ver a Nikitia convertido en un bloque de hielo y sentir cómo se rompe es lo que detona la frase final de Brejonov; al ver en ese momento y en tales condiciones lo que antes estaba vivo, el cuerpo de su ciervo, la memoria y la autoreflexión invaden al comerciante. La imagen y su peso le invaden y sucumbe, por el frío, por el temor, ante los pies de Nikita. Y ese gesto, ese último gesto, la imagen de la muerte de Brejonov: el discurso se invierte, en la muerte el amo yace a los pies del ciervo, como un perro.


Ahora bien, y aunque parezca lo contrario, la imagen siempre es lejana, siempre ausencia. Jamás llegamos a la imagen ni aunque se memorice una pintura. Genera la ilusión de proximidad porque a los ojos está cerca, al igual que las manos de conformarla. Pero no hay nada más callado, distante y ausente. No obstante, lo que hace ver y notar dicha lejanía y ausencia de la imagen son las palabras en su alejamiento.


Retomemos una vez más el concepto de soplo. Cuando soplamos palabras, habladas o escritas, estas se van al instante, al mismo tiempo que el aire de nuestros pulmones. Lo que queda es la posibilidad de volverlas a ellas, como suplemento de lo que una vez se dijo, como repetición. No obstante, siempre se alejan, se van. Su alejamiento es la consecuencia de que sean efímeras; pero queda algo, que no es palabras, que es acumulación de sentido propenso, y no necesariamente, a ser traducido a más palabras.


La imagen que se aleja y que falta es la del cuerpo enfrascado de Mariquita, en “Historia de Mariquita” de Guadalupe dueñas. A la narradora solo le queda el vacío, la soledad y la memoria de lo que fue una vez su hermana mayor: “se me agolpan las tristezas que viví frente a su sueño; reconstruyo su soledad y descubro que esta niña ligó mi infancia a su muda compañía” (64). La Mariquita y lo que una vez fue conforman la ilusión de la aproximación de la imagen, la aproximación a la soledad y el redescubrimiento de la existencia de la narradora puede verse como el efecto de alejamiento de la palabra. Esta siempre nos aleja, de lo que fuimos el día de ayer, de lo que planeamos ser mañana, y de lo que somos en este instante.


Cómo último caso: “En memoria de Paulina”, de Adolfo Bioy Casares. Es el más agresivo, y donde mejor se puede ver la función entrelazada de la imagen y la palabra. Paulina, quien fue pareja del narrador, sólo tiene dos diálogos, dos entradas en donde su voz a penas si se percibe. Sin embargo, lo que más peso tiene es lo que nos dice el narrador sobre ella, que es el lugar donde su alma tendrá descanso, unificado con Paulina: donde serán uno sólo. El narrador de este cuento únicamente reflexiona y vive a través de la imagen de Paulina, su idealización divinizada y caracterizada por lo indecible: “nos parecíamos tan milagrosamente” (7). La imagen sublimación es la de Paulina divina, punto de trascendencia y amor infinito: una mujer que espera, inmaculada. Pero toda sublimación presenta una piedra en el zapato, el síntoma. Y este puede verse como imagen síntoma: la elevación que el narrador hacer del amor romántico, del mundo de la idealización a tal grado que el daño es irreparable.


No obstante, Paulina muere asesinada por el hombre con el que decidió vivir su vida luego de romper con el narrador. Y después de que a este se le revela que fue un total engaño sentirse identificado con la imagen que tanto deseaba Paulina, con Montero, sucede el alejamiento por medio de las palabras. La imagen inmaculada de Paulina, la imagen sublimación, se desmenuza gracias al padecimiento de la imagen síntoma y su explicación: “al tomarla de la mano—en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas—obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces” (23).


“Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo” (Didi-huberman, Ante el tiempo 31). Un tiempo donde “la palabra despliega la memoria, la memoria supone imagen, la imagen recubre el nombre y regresa a la cosa”(Didi-huberman, Gestos 59). Y en la literatura estamos ante la imagen –ausencia de imagen, imagen de ausencia--, la de la consciencia y sus mecanismos, la de un trozo de mundo, de cuerpo, ante lo anadiomeno.


Ante el psicoanálisis y literatura, manoseando las palabras de Deleuze y Guattari, es más prolífico tomar un paseo esquizofrénico donde los puentes del mundo y las ideas no cesen de crearse y destruirse. Ante la imagen y la palabra, la literatura y su estudio: nuestro cuerpo, la imagen de nosotres.




Bibliografía:

  • Didi-Huberman, Georges. Gestos de aire y piedra, Sobre la materia de las imágenes, Canta Mares, 2017, trad. Melina Balcazar Moreno.

  • --- . Ante el tiempo, Adriana Hidalgo Editora, 2011.

  • Blanchot, Maurice. The Space of Literature, University of Nebraska, 1982, trad., Ann Smock, pg. 166.

  • Dueñas, Guadalupe. “Historia de la Mariquita”. “Tiene la noche un árbol”. Obras completas. Fondo de Cultura Económica, 2017, ppg. 62-64.

  • Bioy Casares, Adolfo. “En memoria de Paulina”. La trama celeste. Alianza Editorial, 199, ppg. 7-23.



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