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Gallocubano

A.A.D


"Thousands of raving, stumbling drunks, getting angrier and angrier as they lose more and more money. By midafternoon they'll be guzzling mint juleps with both hands and vomiting on each other between races. The whole place will be jammed with bodies, shoulder to shoulder."

-Hunter S. Thompson, 'The Kentucky Derby is Decadent and Depraved".


"Había allí una gran piara de cerdos comiendo al pie del cerro. Los espíritus le rogaron: 'envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos'. Y Jesús se lo permitió. Entonces los espíritus malos salieron del hombre y entraron en los cerdos. En un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago."

-Evangelio según San Marcos.





“Me paso tus consejos y preceptos morales por el apestoso…”, dice una voz ronca, grotesca, propia de estos tiempos raros. “Me los paso por la pelota que todavía me sirve”. Estoy en La Calaca, un bar morboso de mala muerte que sirve veneno a las diez de la mañana. Son las diez de la mañana.


Llegué a Trinidad de Cuba a las cinco y media ese día… me metí de ilegal en un camión que serpenteaba, derrapaba y deslizaba mientras yo trataba de hacer matemáticas y esconderme de la tira. El chofer seguro estaba drogado… era un maldito drogado… alguna sustancia química y morbosa. Me instalé en un motel feo y salí a darle alcohol a las venas porque el caballo necesita jugos para seguir caminando. Anduve un rato por el pueblo hasta que abrió el primer bar.


“Una ginebra y una cerveza”. “Es muy temprano, señor, aquí la gente está desayunando”, dijo el mesero. Lo agarré de la corbata y lo arrastré y lo traté de sobornar para que me diera alcohol. “Pero alcohol sí vendemos, no me tiene que sobornar… era un consejo”.


Los cubanos son tiernos cuando los comparas a un mexicano. Lo que los isleños consideran un ambiente sucio y sangriento y violento en México se vive en una primaria privada de las más caras. Un cubano entra a Tepito un hombre inocente, bueno, y sale traumado, esquizoide y con un delirio severo de persecución.


“Estos son tiempos de perro”, dice la voz grotesca desde el fondo del bar… voz de bisonte agrio agonizando… me volteo y le hago salud. Me invita a sentarme con él. Es un viejo gordo, desdentado, con la nariz deforme y una panzota que se asoma debajo de la playera. Está borracho y habla con los de la mesa de junto. Al principio como que me le acerco al oído porque se me antoja susurrarle algo, pero se echa para atrás. “Me dicen El Tigre, niño. ¿A ti?” Decide ignorar la forma en la que me le acerqué al oído. Yo le iba a preguntar si era el diablo porque desde hace unos días llevo buscando al diablo en esta misma isla. Ya hasta le iba a pedir que me hablara en arameo.


Le digo quien soy. Me pregunta para qué periódico trabajo. Le digo que “el Wall Street Journal, norteamericano”. Nos soltamos a reír porque los dos sabemos que a mí no me dejarían ni mear en el baño de las oficinas del WSJ… además en esta isla los gringos están más quemados que un mal pollo. “Eres un antiestético”, dice en bajito. “Necesito una nota, y la necesito para hoy”, confieso. “Es la primera plana o el patíbulo”. Es para una nota roja, no para el Journal. Me habla de una pelea de gallos en el basurero de la ciudad. Hablamos un rato más. Nos bebemos unos tragos que paga El Tigre y luego nos lanzamos al basurero.


***


Caminamos cuesta abajo porque Trinidad de Cuba está toda ladeada. El sol está intenso y empiezo a resentir los últimos tragos del ron que matamos. Cada vez que pasamos junto a alguien El Tigre les dice “te quiero”. Y todos lo quieren a él también. “Te quiero”, le dice a una niña desaliñada mientras pasa. “Te quiero”, le dice a un necio político local… luego se voltea y completa: “pero ver muerto, weón”.


Tratamos de parar a un bicitaxi para que nos lleve a los gallos. Nos dice que él no entra ahí. Mientras se aleja el taxi, el Tigre se saca la verga peluda de los pantalones y luego la vuelve a meter.


Vemos a dos tipos adolescentes esperando en una banqueta y El Tigre les chasquea y les dice despótico con la mano que lo sigan… los dos se hacen los ofendidos y El Tigre suelta una risita aguda y agria que le hace temblar la panza. Está en traje de baño y tank top. Escupo al piso para que el viejo vea mi desdén. Dentro de todo repruebo que su conducta sea de villano a medias. Nos montamos ahora sí a un bicitaxi. Deslizamos por Trinidad hablando de historia. Prendo un cigarro y él otro. Pide al chofer que se frene y, contento, travieso, El Tigre se baja a comprar planchados a una tienda. Me tiro un pedo gutural que viene desde el fondo de mi estómago. El planchado es un tetrapack cubano lleno de ron. A veces se los ponen a los niños en su lonchera para que vayan a la escuela.


Seguimos andando. “Vamos rápido porque ustedes los comunistas no saben cómo hacer que una fiesta dure”. Se enoja con mi comentario y dice: “Idiota vil, comunista es tu madre, aquí Fidel tiene más diamantes que toda Botswana”. Son épocas de Fidel todavía... barba apestosa de La Sierra Maestra. Tiempos de perro, le llaman. En eso me saco una bolsa de pasto y El Tigre la voltea a ver como si fuera el elíxir de la juventud. Pregunta que si “¿Es nacional? ¿O de la tierra tuya?” Es panameña, en Cuba no crece yerba y no se puede meterla en avión. Si me detuvieran sería un escándalo para el WSJ.


Intento forjar pero no puedo. Ya me insolé y todavía siento los estragos del último ron… Estuvieran aquí mis socios ejecutivos el G.M, J.C o J.E, ellos se arman un gallo aunque estén a plena tormenta de meteoros de sangre y neófitos…


En Cuba casi no hay drogas. Es una isla pero nadie, tierra adentro, come mariscos. Los mariscos están reservados para las cadenas de hoteles gringos enormes. Dan náuseas nada más de verlos con sus ejércitos de floridenses retirados. Lo mismo con la res… en Cuba pasas más tiempo en prisión si matas a una vaca que si matas a una persona.


El Tigre se forja un porro en diez segundos con movimiento de matador. Este Tigre es un perro estalión y un torero. Lo prende y seguimos hablando de historia. En eso pasamos junto a otros dos desgraciados que también van al basurero, pero a pie. “¡Idiotas! ¡Incestuosos!”, grita El Tigre. Los reta. Nos contestan con señas al aire, enojados. El Tigre saca de una de sus bolsas una lata de aerosol y les echa encima una lluvia de polvitos azules.


Yo, con el porro en la boca, le digo al par de espurios que no se acerquen más, que El Tigre y yo estuvimos presos por guerrilleros y que podemos matarlos. Pero no hacen caso… entonces El Tigre le dice al chofer del taxi “frénate, weón”. El tipo se voltea y bromea que “no tengo frenos”. Le veo los ojos y me doy cuenta de que están rojos y de que ya le pegó el hornazo. Agarro al Tigre por la playera, agito al ingrato como al mesero en un arranque de ira y le pregunto si le dio hierba al chofer. En eso, el bicitaxi se frena para que nos alcancen los que vienen atrás. Uno de ellos corre hacia nosotros, se nos acerca y le logra dar un manazo seco en la nuca al Tigre. Pinche manazo seco suena hasta Saturno. Me tiro a reír porque El Tigre se enoja, saca de una bolsa una botella larga de vidrio, la revienta contra el taxi y los amenaza.


Cuando volteo a ver al chofer ahora sí trae el porro en la boca. Dice “yo voy a ser uno de los hombres más poderosos de Cuba”, le da un toque, me voltea a ver travieso y tira el porro a medias la calle. El Tigre como de reflejo se avienta por su bebé el gallo de hierba. Rueda cinco o seis veces porque el taxi seguía andando. Cuando nos alcanza (di ordenes expresas al chofer de que no se detuviera), lo ayudo a subir y noto que tiene una cortada en el brazo que va del hombro al codo… pero guardó el porro preciado… saca de una de las bolsas del traje de baño un botiquín de primeros auxilios y se empieza a tratar las heridas de guerra. El Tigre trae mil madres en las bolsas del traje de baño pero no se le nota. Desde donde estoy parece que las tiene vacías. Cuando se termina de curar da un zape plano al tarado del taxista justo en la coronilla, pero más por decir que va a ser uno de los hombres más poderosos de Cuba que por tirar el gallo.


“Ustedes son padre e hijo aunque no lo sepan”, digo. Terminamos de matar el planchado. “¿Qué se siente ver a tu hijo después de tanto tiempo?”.


***


El taxista nos deja en los linderos del bosque para no tener problemas. El Tigre le paga y cuando estamos solos le pregunto cómo se siente que el taxista lo haya dominado. Me contesta que ese taxista es un hocicón y que le croma el microphone. El Tigre como que escucha rap mexicano. Cada vez que le pregunto algo me contesta algo bien críptico o bien rapeoso.

Caminamos una vereda larga de bosque en el que el piso es una alfombra de basura. Desde lejos se empiezan a oír los gritos de la gente. “¡Aquí hay rata de cloaca!” Es un bosque verde, bonito y tierno como mi amigo El Tigre. Me dice en eso: “Este bosque es tierno y bonito como tú”. Compartimos un momento homoerótico no solo por el cumplido, sino porque me leyó la mente. Luego nos despabilamos y me dice: “Pazguato estéril bellaco”. Nos adentramos, ahora sí, al valle de los gallos.


Son dos dólares de entrada por persona. El Tigre paga tres y cuatro pesos y yo pongo los otros veinte. Es un vallecito de tierra y el cielo lo cubren los árboles. Hay una masa de engendros, fetos y apariciones locas gritando, bebiendo, drogándose, copulando, rasgándose los brazos viendo las peleas de gallos… esto son Las Báquides de Eurípides, pienso… muy pronto empieza el desmadre real, muy pronto empiezan a arrancarse las cabezas y a comerse los pelos. Al centro del vallecito de tierra hay dos círculos, uno adentro del otro. El primero, el interior, es un tramito de tierra suelta. El otro, por fuera, un graderío improvisado. Escuchamos los rugidos etílicos, ciegos del público porque acaba de terminar una pelea.


El Tigre es popular y me dice que salude. Me presenta a Ramón. Casi lo amenazo de muerte pero me entero de que es su primo, así que lo intento sobornar. No pueden ser de la misma estirpe, pienso, pero me juran que son primos. Escupo al piso reprobando. Ramón tiene bien instalado un puesto de cigarros y cervezas. Junto hay una mesa larga en la que se juega ruleta y luego otra que es la de la lotería. Nos filtramos por entre la gente… los dos damos puntapiés e intentamos robarles sus pertenencias privadas y propias a todos pero salimos del otro lado del trajín sin suerte. El Tigre, estólido, me compra una cerveza en lo que preparan la siguiente pelea. Mientras hablamos saca un gotero y deja caer unas gotas en la lata de mi cerveza. Conozco esa cara. “Eso que me tiraste es ácido y solo me va a hacer más inteligente”.


***


Nos paramos afuera de la valla exterior porque hay que pagar para sentarse en el graderío. Fumamos nerviosos hablando rápido… esta pelea que viene podría definir el destino político de toda Cuba. Empiezan a preparar los gallos. Los rocían de alcohol, los despluman un poco, les amarran las navajas, los encaran y luego todos menos un tipo salen del círculo de tierra.


Una pelea de gallos es muy diferente a una de perros. En la de perros sabes muy bien lo que estás viendo. En la de gallos hay que tener ojo acucioso de apostador, porque los animales revolotean, dan aladas frenéticas al aire, se confunden, se contradicen, y al final muy pocos de sus movimientos tienen consecuencias reales.


Los lanzan a la pelea y justo cuando los animales se echan para delante me da un zurdazo ciego la pócima maldita y perra que El Tigre tiró en mi cerveza. Todo se vuelve lento. Uno de los gallos abre las alas y saca el pico, salta y cae pies primero sobre el otro. Le lacera una parte del pecho con la navaja… se vuelven una bola de plumas aleteando, raspándose, girando juntos, lanzando chispitas de sangre y tripas al aire. La gente se descoca tarada… un tipo estúpido junto a mí grita lento que “deeeeeestruuuuuuyeeeeleeeee toooooodooooo aaaaaaal maaaaaldiiiiiitoooooo”. “setesientosalgallodelyuma”, dice otra voz, porque de repente todo se vuelve a acelerar. La gente gime, da bandazos, se retuerce contenta como un musulmán rezando. La multitud se compacta a mi alrededor. Los animales se agarran de la cabeza con picos largos, se raspan, se hieren.


En eso un tipo que según El Tigre se llama El Loco se me pone junto y me empieza a hablar muy bajito. “¿Cómo son los caballos en México?”, quiere saber… lo agarro a él también de la camisa, lo agito y le pregunto a gritos si es un alelado policía... me da una bofetada y nos separa El Tigre… alrededor de nosotros la gente empuja, brinca, voces ralas de cuerdas vocales explotando me laceran profundo… los animales se arrastran… uno de los dos, el negro, se pasea encima del que es más borgoña, que está tendido en el piso ya… lo picotea fuerte.


“Soy adicto a la carne de caballos…” me dice El Loco… “¿Quieres matar a un hombre?” “¿Por qué crees que estoy aquí?”, le digo impaciente… “Soy prófugo de la justicia”… no me deja ver la cochina pelea… una mujer me grita en el oído… un enano pasa entre mis piernas paseando a un perro… en frente Borgoña se ha vuelto a parar y aletea alzándose mientras le saca una rajada cerda al Negro en el cuello. “No tengo dinero”, tercia El Tigre. “Se nos acabó…” “Pide, que te presten”, contesto, tratando de dividir mi atención entre El Tigre, El Loco y los gallos. Otra vez se siente un empujar de humanidad… decido en el ajetreo que El Negro es mi gallo. “¡Quinientos al de Pérez!”, pero no tengo dinero, así que si pierde El Negro ya fue.


“Vamos a matar a un hombre”, insiste El Loco… “Cállate, loco…”… “Pedir dinero prestado es de poco hombre”, me dice El Tigre… nadie toma mi apuesta de quinientos y suspiro de alivio… habría que vender todo lo que trae El Tigre en las bolsas si pierde. Un tipo mee grita como como justo en la oreja… otra vez empieza el empujar… el gentío se empieza a volver estampida, todos de un lado a otro, en unísono etilizados. “Vamos a matar a un hombre. Hace una semana le lancé una pedrada a un policía… vamos a comer carne de caballo”. “¡Mierda! ¡Cállate, loco!”… le saco un cuchillo que yo mismo no sabía que traía y se lo pongo en el cachete… “lárgate de aquí. ¡Largo!”… cuando muevo la cabeza para hacerle ademán de que se vaya veo que del otro lado del cerco El Tigre débil le ruega a Ramón que le preste dinero. Ramón dice que no… el loco se queda junto a mí. La gente me aplasta y el enano sucio vuelve a pasar. Yo antes me comía al mundo y ahora el mundo me está comiendo a mí, pienso. Qué mierda son estos pensamientos existenciales.


Entonces, de la nada, Borgoña salta al centro del cerco, aletea y mueve las patas fuerte… alcanza a lacerar a Negro, que cae seco y se deja de mover… “¡Mierda!” ¡Mierda, mi gallo! Todos, de golpe, se callan… me entran unas ganas enormes de cocinar al Negro, de llevármelo a mi casa y ponerlo en un caldo de limón con verduras... más por alejarme del Loco, más por liberarme del gentío, corro hacia el cerco y lo salto… las multitudes me empiezan a agarrar pero me les arranco, corro frenético y sigo hacia delante, caminando sobre el tapete de humanidad… logro llegar al círculo de los gallos pero me taclea un tipo y otros dos me saltan encima, los cabrones… estiro las manos para aunque sea poder tocar a Negro, que está más muerto que el sueño socialista… veo que del otro lado del cerco está El Tigre, que todo lo ve sin entender. Me caen diez, quince, veinte personas encima tratando de contenerme.


Y entonces veo al Tigre, impávido, sacar una pistola de una de sus bolsas y detonar seco tres tiros al aire… la multitud se dispersa y, en la estampida generalizada, alguien se lleva al Negro.


***


En la ciudad vamos caminando El Tigre y yo por las callecitas de piedra, bajo el sol. Todavía es de día. Ya otra vez estamos sobrios. Caminamos cabizbajos. Nos gastamos todo. Perdimos todo. Ya ni siquiera quedan rounds en la pistola de El Tigre. Le dice a todos los que ve: “Te quiero”, pero ahora nadie le contesta. Nos separamos junto al motel y nunca nos volvemos a ver.

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