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Flâneurs digitales

Actualizado: 13 mar


Narrativa ensayística


“A partir de ese momento, la sociedad inmunda se precipitó, como un solo Narciso,

a contemplar su trivial imagen sobre el metal”

-Charles Baudelaire


Liso, pulcro, metálico y frío este espejito personal con el que cargamos en nuestras bolsas, charquito hipnotizante, cautivante, bloquesito algorítmico estilizado Sólo Para Ti. Sin nombrarlo ya sabes de qué hablo, el mal de todos los males, el Big Brother vertedero vertiginoso espiral de contenidos chef asistente agenda perdición empaquetada que vende tu rostro a cualquier gobierno grátis! habla con solteras rusas mientras poco a poco entregas tu identidad al gobierno estadounidense y vuelve a empezar el día que sigue. ¿No lo recuerdas? Lo recuerda por ti. Sabe todo intuye todo infiere todo.


En esta biósfera posmoderna los flâneurs no pasean por las calles: no se infiltran en teatros abandonados, no reflexionan acerca de los tiempos cambiantes mientras ven cómo un ladrillo tras otro pinta un edificio nuevo cada semana: el neoflâneur pasea por dimensiones digitales, por calles de pixeles y mapas de bits, por redes que son ecosistemas completos y frente a los cuales desarrolla un avatar específico y único. Ya no es la rapidez de la ciudad cambiante lo que le asombra, sino el constante traqueteo de datos e información que construyen mundos enteros e inagotables a su alrededor. No es difícil ver cómo esto apela a una consciencia posmoderna: Baudelaire ya nos hablaba de “una especie de energía que mana del aburrimiento y de la divagación; y aquellos en quien tan francamente se manifiesta suelen ser, como dije, las criaturas más indolentes, las más soñadoras” (13). En un mundo donde cada vez estamos más encerrados, donde salir y encontrarse con el contacto humano ya parece una tarea imposible, donde los flujos de producción capitalistas nos dejan apenas aferrándonos a un par de rocas en mar abierto esperando el momento en que una ola inevitablemente nos arranque lo que nos queda de fuerza de voluntad, todes somos soñadores. La recompensa de un buen día de Producción Efectiva sin Procrastinación ni Desesperación que lleva a la Emoción, el Llanto y la Depresión es volcarse en ese escape. No soy la persona endeudada que prometió cambiar el foco fundido de la cocina hace un mes y que lo ha ido aplazando aplazando e s t r e c h a n d o poco a poco porque la vida le pide tanto y el sentimiento es tan poco que lleva un mes cocinando en la oscuridad: en línea soy identidad que fluctúa, que se desliza, en línea soy menos de lo que desprecio y más de lo que no existe. Entonces paseamos por callejón html y gozamos de acabarnos los ojos en el edificio Adobe Flash Player y qué mejor que ver el mismo gif una dos tres cuatro veces y que en menos de lo que piensas el agua que dejaste hirviendo en la cocina se evaporó como tu ser.


El neoflâneur tiene la consciencia dispersa y el corazón vivito y latiendo y con cada latido puede sentir cómo un resultado de búsqueda se añade a la lista, cómo un nuevo tiktok se suma a la fila interminable de pequeños cachos de vida más viva que la vida que se vive en vida, cómo su atención fluctúa en este ritmo: latido, hiperenfocado, latido, visión borrosa, latido, aprendiste cómo optimizar tu cocina, latido, alguien cuenta una historia del trauma de su vida en un video de tres minutos mientras sólo escucha el eco del eco del eco de la impresión de su sufrimiento pegar contra las paredes del internet al ritmo de su corazón y disolverse en una nada en cuanto cambia de pestaña. Salta entre espacios y tiempos que no existen mientras su espacio y su tiempo se deslizan como una baba caliente y lenta a su alrededor. Su cuerpo digital seguirá paseando entre sus varias identidades, entre sus varios cuerpos compuestos de emojis y gestos de palabras aventados a la vorágine, mientras su cuerpo real comienza a temblar: se hizo de noche sin que se diera cuenta, y de pronto el espejito espejito brilloso y cálido es la única luz que lo guía a través de la buena noche, a la que entra no dócilmente, no enfurecido, sino embobecido, deshecho en el mismo ectoplasma centelleante y repulsivo que todes les embobecides Narcisos que se convencen de estarse acercando más a algo real, a algo cálido y Verdadero, mientras pican y pican y pican con sus dedos cansados la misma pantalla de cristal.


El neoflâneur llega a la biósfera digital y ve todas estas cosas, se da cuenta de estas dinámicas en cuanto tiene un pie adentro: ve las quimeras en las espaldas de todes les neoflâneurs que reemplazaron el sol y las plantas y las calles atiborradas de vidas por los espejismos efímeros de sentimiento, ve que detrás de toda la ilusión neón y cyan está ese amplio cielo gris, esa vasta llanura polvorienta, ve las quimeras que se instalan detrás de los cuerpos que están demasiado ocupados viéndose en el espejito como para poner mucha atención a las garras que les aprietan los cachetes y les oprimen la panza, ve sus músculos ágiles enroscarse por los cuellos inertes y siempre viendo para abajo, ve cómo encorvan la espalda poquito a poquito y lamen los ojos muchito a muchito hasta quitarles la capacidad de ver arriba, de respirar aire fresco y no digitalizado. Lo ve y le horroriza: tú, lector, lo ves y te horroriza. Pero como buenos ciborgs las quimeras forman parte de nuestras propias extremidades: le damos la bienvenida al dolor permamente de espalda y nuca que vienen de la mano con esta indiferencia escogida, con “la faz resignada de los condenados a esperar siempre” (Baudelaire 12), porque siempre estaremos esperando el siguiente estímulo, el video que nos revele la verdad de nuestro ser, el final de la interminable cadena de sucesos y flujos de consciencias e identidades que nos permite removernos un poco de este cuerpo cansado, sucio e inescapable.


Entonces nos resignamos y nos regocijamos en la espera. Desapegarse es impensable. Nos repetimos las razones trescientas veces al día. No, porque cómo voy a hablar con mis papás. No, porque ya no puedo dormir ni despertar sin su ayuda. No, porque me está conectando a algo, no sé a qué, pero algo. No, aunque me destruya poco a poco las pocas neuronas que quedan en esta cabeza hecha trizas. No, porque necesito los recordatorios. No, porque las fotos que captura y conserva son mi contenedor de nostalgia y la nostalgia de lo que fue sobrepasa la necesidad de vivir en lo que es. No, porque hay algo de mi que tal vez fabriqué y tal vez ni siquiera quiero pero al que me aferro porque fuera de ese eso no me gusta quien soy. No, porque quien soy nunca va a ser suficiente en una sociedad en la que sólo tienes tiempo para disfrutar el momento, el it del que hablaba Lispector, si puedes comprar tiempo y ganas. Y el tiempo y las ganas son caras. El neoflâneur siente una constante repulsión por sus caminatas digitales interminables y agobiantes pero la pulsión de la muerte que involucra separarse de esa red desata un deseo de la misma repulsión que lo aleja: cuanto más nos repulsa nuestro apego más es el deseo de acercarse a la pantalla. Un centímetro más, un centímetro menos. Y no puedes engañarte, lector, dada la oportunidad de pasar un día disuelto en las condensadas y convencionales narrativas que te ofrece el espejito sin sentir culpa alguna, lo harías. Todes lo haríamos.


Sin embargo, el incremento de las pequeñas narrativas feel-good que nos provee el espejito no vienen solas. La miseria y mugre se trasladan desde el final de la calle en la que vives a la conveniencia de tu celular: desvía tu mirada un segundo del café centelleante y moderno donde puedes vivir tu fantasía hipster y verás los ojos hundidos y demacrados que vio Baudelaire, no en la calle de enfrente, sino en la pestaña de al lado. La miseria sí tiene acceso libre a este café, y cuando la pantallita te la enseña sin aviso es más difícil que nunca desviar la mirada y fingir que estás leyendo a Rupi Kaur y pensando en la sanación de lo bello en paz. Con sus ojos bien abiertos y con su voz tan alta como el video musical que estabas viendo anteriormente, ya no sólo tienes las crueldades de tu cuadra a la mano, sino que tienes un catálogo de diversos tipos de injusticias y abyecciones en la palma de tu mano. Contienes el sufrimiento en tu consciencia dispersa, lector, y así, fragmentado y triste como estás, cómo esperas que puedas hacer algo por las vacas masacradas en China o por los incendios que arrasan con los árboles y las casas y las personas en todo el mundo: no, probablemente no puedes hacer nada, pero puedes ver y saberlo y cargar con eso. Claro, puedes cambiar de pestaña, pero inevitablemente te vas a encontrar con la interminable skid-row del internet, tanto más grande cuanto se hacen grandes los videos de gatitos bañando perritos y los Ted Talks emprendedores. Acumula acumula pequeñas abyecciones que te perforen poco a poco. Cada abyección es un intento desesperado de tus ojos glaseados de encontrar otra historia conmovedora. Pero nos conmovemos y nos conmovemos y entre tanto movimiento las abyecciones se aferran, se van moldeando entre nuestro cuerpo, y el intento de zafarse sólo nos vuelve más cansades, tan cansades, me canso el cuerpo para llegar a cansarme la mente autoengañándome con que la apaciguo, y mis sentires cada vez son más finos, y cuando me encuentro con algo que me mueve en el flâneurismo a la antigua no es suficiente, ya me desviví llorando de felicidad porque un extraño en Tailandia pasó su exámen de manejo, ¿crees que tengo tiempo de alegrarme porque un rayo de sol me ilumina la cara en el árido invierno chilango?


Los flâneurs no están muertos, pero ya no tocan el césped. Levitan en sus ilusiones metafísicas, soñando con un alma con forma de manzanita, lisa y plateada y nueva. Los neoflâneurs ven nubes que no están hechas de agua sino de recuerdos que les da pánico confiar a sus cerebros por la ínfima posibilidad de que, por recordar sentimientos, se les vayan los detalles. Detalle, dato, fotografía derrota belleza, sentidos, sentires. Los neoflâneurs, pulgarcites que se enroscan en sus pantallitas, refugiades y segures, intocables por el SAT y los seguros médicos y el ejército del señor presidente. No hay peligro si no hay paseo de verdad, y qué mejor que vivir en la constante simulación de. Un pensamiento mientras me siento en medio de este chatarrero, mientras deseo terminar este ensayo para ir a refugiarme en mi propio espejito estúpido: tal vez los flâneurs debieron haberse quedado en casa.


Obras citadas

Baudelaire, Charles. Pequeños poemas en prosa. Editora Espasa-Calpe, 1948.

Baudelaire, Charles. Salones y otros escritos sobre arte. Visor, 1999.



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