Filosofía, erotismo y muerte
Actualizado: 12 ago 2021

Hace una divina herida
que causa gloriosa muerte,
esto no sé de qué suerte
que muere y queda con vida.
Véase Dios y no se ve,
que no sé cómo se esconde,
y se entra no sé por dónde
y mata no sé con qué.
-San Juan de la Cruz, Definición del amor
La petit mort, la pequeña muerte: eufemismo francés dirigido al orgasmo. Desde les amantes más experimentados hasta les adolescentes que han llegado al clímax por primera vez podrán entender porqué se le llama así.
No somos pocos quienes experimentan una fascinación por ese momento, una fascinación que borda con la obsesión. Sin embargo, también habrán muches que estarán de acuerdo conmigo si digo que ese momento por sí sólo no vale mucho sin los momentos que le preceden y anteceden; difícilmente (y no a falta de intentos) podríamos dividir y categorizar las partes que componen la totalidad de la experiencia erótica.
Por lo anterior, no debería ser extraño que se quiera hacer filosofía (o como queramos llamar a dicho discurso) alrededor del sexo. Existen precedentes históricos: el marqués de Sade y el libertinaje, el psicoanálisis freudiano, La Historia de la sexualidad de Foucault; sobran los ejemplos de los estudios que han tratado de aprehender la experiencia erótica.
Se ha intentado atrapar esa pequeña muerte de diversas formas, utilizando estrategias que mezclan el intelecto y las pasiones en distintas medidas, y es que sólo mediante una mezcla entre la pasión y el intelecto puede haber un acercamiento fructuoso al erotismo.
Me parece necesario hacer una distinción antes de proseguir. Hablar de sexualidad implica un interés científico, un interés por la categorización que me parece poco esclarecedor para este tema en el mejor de los casos, y contraproducente en el peor de ellos. Quizás por primera vez llega a ser relevante la máxima que infesta tantos perfiles poco impresionantes de tinder: que todo fluya y que nada influya.
Esta es la razón de mi desconfianza hacia una actitud científica que busca aprehender el erotismo cuando habla de sexualidad. Se habla de coito, procreación, orientaciones, dopamina, sexo, genitales; qué parte hace qué y donde (no) va cada parte, categoria tras categoria sobre un fundamento de moralidad (a veces bien, a veces mal) escondido.
Las prácticas anormales se incorporan a esa institución llamada ciencia con el fin de obtener su validez y así esquivar el disciplinamiento. El problema es que no se escapa a la disciplina, sólo se entra a un régimen distinto. Las prácticas ya no son patologizadas, pero les individuos que las practican abandonan la clandestinidad para entrar en un estricto régimen que requiere de su transparencia. El tema es fascinante, pero nos olvidamos de la pequeña muerte a favor de un entendimiento más profundo de todo aquello que contribuye a la monotoneidad de nuestras vidas.
Hoy, sin embargo, no hablaré de flujos. Me parece más importante comenzar con aquel tema íntimamente relacionado con el erotismo, aquel que se menciona en el eufemismo al comienzo del artículo; el de la muerte.
Normalmente contrapuestos en una dicotomía conflictiva, el erotismo y la muerte no son más que dos instancias en las que se entra en la máxima experiencia estética: la pérdida total de la individualidad propia y de lo que rodea, esa nada que en realidad es todo, el origen de toda pretensión de lo sagrado que también es horroroso dependiendo puramente de qué narración nos tiene en su yugo.
Esta misma dicotomía, poderosamente engañosa como todas las demás, también nos provee con las herramientas de su descomposición, la confluencia del éxtasis y el terror que provoca la posibilidad de perder los límites de esa individualidad que nos sujeta a una estructuración mecánica de la vida. La única diferencia concreta que podemos elucidar entre la pequeña muerte y la grande es que el orgasmo es seguido de un regreso a la cotidianidad, mientras que el último aliento nos despoja de ella a la vez que lo hace de nosotres mismes.
…
¿Por qué algo? ¿Por qué no nada?
Nada hay, o más bien, nada habrá.
Eventualmente.
No es, entonces, cuestión de haber algo o nada,
hay algo y habrá nada.
Hubo nada, antes de haber algo, y la nada volverá a ser.
La nada es límite y a su vez es sólo limitada por el algo,
una pequeña isla espacio-temporal en un mar vacío,
un mar que es el vacío y por lo tanto vacío no es.
…
Cualquier cosa que pueda decir al respecto no aparentará ser más que palabrería, y es que el lenguaje nos traiciona de nuevo, como acostumbra hacerlo.
La tarea descriptiva es inútil en este caso, es la única estrategia de la cual disponemos y sin embargo es la única estrategia que nunca puede funcionar. En las estructuras del lenguaje no hay espacio para esa experiencia a la que me refiero. No hubo espacio para lo que Bataille llamó “experiencia interior”, para lo que la teología del Maestro Eckhart y San Juan de la Cruz llamaban Dios, para ese eterno instante de clímax que invade a lxs amantes al momento en que se veneran simultáneamente con la intención de unirse en un solo cuerpo desprovisto de conciencia.
Una filosofía (o cualquier otro tipo de discurso) que se quiera fundamentar en esta experiencia está destinada al fracaso. Pero eso no debe ser desesperanzador ni detenernos.
El intento produce sus propios frutos, pues si bien se fracasa bajo los lineamientos de los objetivos de un discurso, también se tiene éxito en la tarea de socavar las restricciones de la misma actividad discursiva. La imposibilidad de una filosofía del erotismo y la muerte es su propia finalidad, y en el peor de los casos (como demuestra la popularidad/infamia de un filósofo como Georges Bataille), dicho ejercicio podrá servir de difusión.