El bien común: El presidente fantasma y los nuevos nazis
Actualizado: 12 ago 2021

Hace una semana, la portavoz de la Casa Blanca dijo que van a requerir a las plataformas digitales que censuren a ciertos individuos, utilizando como excusa la “insurrección” del día 6 de Enero en el Capitolio.
Liderados por Estados Unidos, más de 130 países se encuentran ya trabajando para implementar un impuesto global de -como mínimo- un 15% a las empresas multinacionales, utilizando su evasión de impuestos como excusa.
En EU el Departamento de Justicia acaba de publicar un memorándum en el que señala, de forma clara e inequívoca, que el mayor problema al que se enfrenta la nación es el “Terrorismo Doméstico”. Los problemas no son la deuda, las guerras que nunca terminan, la desproporcionada reacción del Estado ante el Covid… No, el problema son los 100.000 neonazis (como mucho) que hay en el país.
En Europa está en marcha la tramitación del pasaporte COVID y los gobiernos estatales ya empiezan a pedir certificados para hacer cosas que hace 2 años eran parte de la vida normal.
Los bancos centrales caminan a marchas forzadas hacia la creación de una nueva moneda: El Euro/Dólar/Peso digital. Más consolidación, más control del sistema monetario para ellos y más restricciones para el resto.
Hay una frase que se repite como un mantra para justificarlo todo: el aumento de poder de las tecnológicas, que cada día reciben más autoridad de los gobiernos para censurar a los “rebeldes”, y del propio Estado, que será el nuevo Dios en el mundo post-Covid: “Es por el bien común”. Tengo que reconocer que me resulta familiar.
Se parece mucho al slogan que utilizaron los nazis para empezar a segregar a los judíos; se parece mucho a la justificación de Stalin para la Gran Purga… Se parece también al discurso de Washington DC para justificar las invasiones en el Medio Oriente después de los ataques en Nueva York:
“Tenemos que golpearles allí para que no nos ataquen aquí. Es por vuestro bien; por vuestra seguridad”.
El problema es que todo empieza así; suave. Todo empieza con un:
“Necesitamos que os quedéis en casa dos semanas para frenar la expansión del virus”.
Y 15 meses después:
A partir de Septiembre, necesitará un pasaporte de vacunación o un test negativo para entrar en bares, conciertos, su trabajo, etc…
En el caso de Hitler, lo que empezó como una medida para “aliviar la tensión social” acabó en las cámaras de gas.
En la Unión Soviética de Stalin acabó con más de 25 millones de personas en la tumba.
En el caso de las guerras Americanas, lo que surgió como una operación para acabar con un grupo terrorista (Al-Qaeda), acabó siendo la ocupación militar de medio continente.
¿Y por qué el Presidente Fantasma? Porque Joe Biden nos ha hecho sentir que todo esto no está pasando.
Durante los últimos cuatro años, cada cosa que hacía Trump (de aquí en adelante Naranjito) era portada en el mundo entero. Naranjito fue muy bueno para las democracias en ese sentido: su personalidad sin filtro hizo que la gente se involucrase más en el funcionamiento del mundo.
Pero el gran problema para estas democracias fue la pérdida de significado del lenguaje. Era tan caótico, extravagante y extremo que, cuando se le llamó tantas veces “Nazi” por proponer reforzar la frontera con México, la palabra perdió su sentido.
Cuando criticaba a alguien en un tweet era un “Dictador”. Cuando defendía a un grupo de policías, era el “Supremacista Blanco”.
No vengo a defender sus posturas, vengo a señalar que la cura es peor que la enfermedad. La palabra “Dictador” tiene una connotación muy específica: alguien que propone segregar a las personas según su estatus de vacunación está más cerca de los ideales de un dictador que Naranjito, que no empezó guerras (primer presidente en más de 40 años) ni restringió ningún derecho.
Pero, como ponía tweets ofensivos, y eso en el mundo de l@s ofendid@s es intolerable, cuando aparece un Presidente que tiene tendencias dictatoriales claras, tragamos con ello si no usa las redes.
El Presidente Fantasma, con su imagen de abuelo “cool”, gafas de Tom Cruise y estilo ausente, nos ha hecho sentir que los problemas ya no están. La prensa también ha hecho su parte, encubriendo todas las verdades problemáticas que salieron a la luz durante la etapa de Naranjito -¿Dónde está Jeffrey Epstein?-, y estamos ahora muy cómodos en esta calma.
No hay narrativa que se oponga a la oficial y la pandemia ha engullido todo lo demás.
Maestros de la propaganda, también conocida como periodismo, esa simbiosis de Bancos-Estados-Prensa-Tecnológicas ha conseguido “militarizar” a una parte considerable de la población; en España ya empieza a pedir castigos severos para los no-vacunados. Es posible, incluso, que más de una persona opine que debería ir a la cárcel por poner en duda las buenas intenciones de las “autoridades sanitarias” con alguno de mis artículos (ya he visto personas empujando esa idea).
A todo el mundo le encanta pensar que si hubiera vivido el Holocausto habría sido El Héroe, pero la estadística demuestra que el 90% de personas agachan la cabeza y cierran la boca. Incluso, con el tiempo, empiezan a denunciar a sus vecinos.
Bella paradoja, pues son las mismas personas que hoy piden sanciones por atentar contra el “bien común”.
¿De qué me suena eso?