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Dios, el amo, el martirio y el éxtasis erótico de la locura



(Me explico: es en vano tratar de hacer ironía cuando digo de Madame Edwarda que ella es DIOS. Pero el que DIOS sea una prostituta de burdel y una loca, no tiene sentido racional. En rigor, me alegra que mi tristeza provoque risa: sólo me comprenderá aquel cuyo corazón esté herido de una llaga incurable tal que nadie querría jamás sanar de ella… ¿y qué hombre herido aceptaría ‘morir’ de una herida que no fuera como esa?)

Georges Bataille, Madame Edwarda


Hay obras de filosofía a las que todes les estudiantes de filosofía temen por su reputación de ser conceptualmente complejas y de redacción excesivamente oscura; la Fenomenología del espíritu de G.W.F. Hegel es quizá el más infame de dichos textos. El libro no es exageradamente extenso (contando el prólogo, la obra no sobrepasa las 500 cuartillas de un libro de tamaño promedio), pero el proyecto abarcado, la historia que cuenta, es de una amplitud totalizante: Hegel describe su fenomenología como la ciencia de la experiencia de la conciencia, la ambición del proyecto ocultada detrás de la ridiculez producida por la rima de su definición. En este libro, Hegel propone una historia de lo que él denomina el espíritu, entendido como la suma total de la acción humana. La Fenomenología del espíritu es la primera pieza de un sistema filosófico total, en esta se exponen las diversas manifestaciones de la consciencia humana en su recorrido por llegar al autoconocimiento, la autoconsciencia de sí. Hegel se declaró el último filósofo, nadie que viniera después de él podría hacer un avance en la filosofía, puesto que no habría avances en la historia misma: la humanidad habría hecho ya la última de sus transformaciones.


No se necesita tener un entendimiento preciso de la filosofía de Hegel para saber que estaba rotundamente equivocado. La historia siguió, y con ella la filosofía. Llegaron cambios radicales a la humanidad, tanto en las construcciones sociales que gobiernan al conjunto como a las subjetivas que moldean a los individuos. Adicionalmente, después de Hegel aparecieron muchos de los pensadores más inventivos de la filosofía: Marx, Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger, entre otres. A pesar de esto, todes les pensadores posteriores a Hegel le deben una inmensa deuda, tanto histórica como filosófica. El sistema filosófico hegeliano alzó la discusión filosófica a nuevos temas desde nuevas perspectivas, y vio nacer a filósofos que intentaron mejorar la construcción del pensamiento filosófico, a la vez que aparecieron aquelles que se resistieron a todo intento de sistematización, entre ellos al autor de Madame Edwarda.


Una sección particular de la Fenomenología del espíritu ha sido la fijación de un gran número de sus lectores, la llamada dialéctica de la dominación y la servidumbre. Según la mayoría de las interpretaciones ortodoxas de esta sección, en ella se narra el encuentro de dos consciencias. Ambas reconocen a la otra como una consciencia, pero al mismo tiempo ven a la otra como una negación de sí misma, negación de su propia voluntad. Ambas consciencias buscan el reconocimiento de la otra, y ninguna está dispuesta a transigir con la otra para conseguirlo, por lo que se da un enfrentamiento a la muerte entre ellas.


Al ser idénticas la una con la otra, ninguna consciencia logra conseguir ventaja sobre la otra; esto es, hasta que una pierde el temor a la muerte. El acto de desvincularse de la vida, de abandonar toda pretensión de autopreservación, permite a esta consciencia seguir luchando hasta la victoria, aunque esta sea una victoria pírrica. La segunda conciencia sigue temiendo a la muerte, por lo que sigue las directivas de su instinto de autopreservación y se somete a la primera. A partir de este suceso las consciencias se distinguen, la primera toma la forma del amo, mientras que a la segunda se le llama el esclavo.


El relato no acaba aquí. El amo obliga al esclavo a trabajar, y esta se dedica al acto de transformar la naturaleza para el goce del amo. Mientras tanto, el amo se dedica a las actividades placenteras que son valiosas de sí, aparece la creación cultural de valores. En un principio, el amo cree tener el reconocimiento por parte del esclavo, que la segunda se somete desde el temor que le tiene, sin embargo pronto se da cuenta que no es así. El esclavo sólo se somete por un temor a la muerte, nunca al esclavo. El temor a la muerte es lo que lleva al esclavo a obedecer las órdenes del amo, no el reconocimiento al amo. Adicionalmente, dado que todo acto del esclavo proviene de la voluntad del amo, nunca hubo la posibilidad de un genuino reconocimiento del amo por parte del esclavo. Por otra parte, es evidente que el amo no reconoce al esclavo; sin embargo, el esclavo logra verse a sí mismo en su trabajo. En efecto, el esclavo puede lograr obtener autoreconocimiento a partir de su trabajo, y al mismo tiempo se da cuenta de que su único obstáculo es el amo. Acto seguido, el esclavo se rebela y mata al amo. Después de esto, la consciencia esclava interioriza la creación cultural del amo, resultando en la síntesis de ambas consciencias y posibilitando el vínculo comunitario entre individuos.


Este relato ha sido tomado como una explicación metafórica para el momento fundacional de toda comunidad, explicada a partir del enfrentamiento de los grupos existentes previamente a la comunidad en cuestión. Marx le dio un giro materialista al relato para formular su teoría de la lucha de clases, mientras que Freud se inspiró en él para elaborar su teoría del origen de la narrativa edípica como configuración universal del deseo. A pesar de que, antropológicamente, la teoría de Freud tenga muy poco sustento, presenta un marco interesante para explicar la insostenibilidad en pensar el reconocimiento puramente desde una perspectiva de dominio-servidumbre, postulando una necesidad de “hermanos iguales” para que el reconocimiento pueda darse*.


Es a partir de aquí que acudo a Bataille. Al igual que a Bataille, me interesa este aspecto de tener un marco general desde el cual pensar el deseo. Al mismo tiempo, Bataille tiene la ventaja sobre Freud de que su conocimiento antropológico (derivado de sus investigaciones históricas sobre el erotismo y la muerte en el arte) es mucho más completo y consistente con el conocimiento de su época. Lo más importante es que Bataille, a diferencia de la gran mayoría de pensadores posteriores y contemporáneos a él, se dio cuenta que algo faltaba en Hegel. En realidad, la falta no yace en el pensamiento de Hegel ni en sus derivados, la teoría presenta estructuras completas y estables para entender al mundo. Bataille nota que hace falta el elemento desestabilizador. En relación con el deseo, Bataille postula su concepto de soberanía, y este se manifiesta de manera sumamente clara en su pequeña novela erótica titulada Madame Edwarda.


Más, antes de discutir sobre la novela, ¿qué tiene que ver la soberanía con el deseo? Bataille no está pensando en la soberanía política, no como tal. Si bien Hegel nos quiere hacer pensar el deseo en términos de dominio-sumisión, Bataille se fija en el elemento que Hegel oculta, el momento previo en el que la consciencia del amo pierde miedo a la muerte. Ese es el deseo soberano, el impulso hacia la satisfacción que sobrepasa todo sentido de sustentabilidad: el gasto improductivo, el goce del despilfarro por despilfarrar. Esta forma del deseo, que Bataille argumenta subyace a todo comportamiento humano, lo encontramos principalmente en el erotismo. Volviendo a Hegel, la consciencia del amo triunfa sobre la consciencia esclava justamente porque se desvincula completamente de toda noción de autopreservación. Este deseo, cuya satisfacción es imposible de sostener de manera prolongada, justamente se asoma en la experiencia erótica “normal”, pero en aquella experiencia que podemos llamar la experiencia erótica mística, la soberanía en el sentido de Bataille se muestra en su inimaginable totalidad.


De esta manera llegamos a Madame Edwarda. Como suele suceder en las narrativas eróticas de Bataille, el protagonista anónimo hombre no es más que un testigo del erotismo desbordante** objeto de la novela. La verdadera protagonista es el personaje homónimo de la novela, una prostituta de un burdel parisino conocida como Madame Edwarda. A lo largo del relato, el narrador nos cuenta del episodio en el que presencia a Madame Edwarda sumergida en los límites del erotismo, la violencia y la locura. El placer y el dolor inimaginables son una misma cosa sin límites para ella, y las normas impuestas por la sociedad y la misma razón se desvanecen por completo mientras el narrador la sigue desnuda por las calles de Paris, la experiencia culminando (¿explotando?) con una intensa sesión sexual en el asiento trasero de un taxi con el mismo conductor. Durante todo este tiempo, Madame Edwarda deja salir expresiones de obscenidad, herejía, placer, dolor y sinsentido, permitiendo al narrador caer en cuenta de que Madame Edwarda se encuentra poseída por, si no es que es ella misma, Dios.


La identificación no es hecha meramente para polemizar, la naturaleza desbordante del erotismo místico lleva a la experiencia de lo trascendente mismo, que forzosamente lleva a transgresiones de todo tipo. Adicionalmente, la conexión con la soberanía nos hace relacionar la conducta de Madame Edwarda con aquella de la consciencia del amo en la dialéctica de la dominación y la servidumbre. Madame Edwarda, que en un principio es una prostituta de burdel, simbólicamente representando los estratos sociales más bajos, también reúne en sí los aspectos más sagrados. A la vez que es elemento marginal de su comunidad, es también la condición de posibilidad para la formación de la comunidad. Madame Edwarda es el amo, cuya muerte sacrificial da comienzo a la comunidad; Madame Edwarda es Dios, que muere por nuestros pecados; Madame Edwarda, literalmente, representa a Cristo: la manifestación de lo sagrado en la carne, cuyo papel más importante es el de sacrificio para después ser devorado en un canibalismo ritual que viola su integridad e identidad en tanto que ente individual (la comunión).


En escasas 30 cuartillas (descontando el prólogo del relato), Bataille nos narra la secuencia que cementa no sólo el carácter intrínsecamente transgresivo de la soberanía, sino que también la misma soberanía de Jesús. Madame Edwarda, como relato y como experiencia, va mucho más allá del erotismo encontrado en la pornografía, es un texto que se escurre y se disuelve con lo sagrado.


Notas

* Es importante notar que se puede llegar a esta conclusión sin tener que recurrir a Freud; sin embargo, hay que reconocer que Freud si genera una aportación importante al teorizar en torno/desde el deseo.

** Utilizo la palabra “desbordante”, porque a eso llega lo descrito en el texto: se llega a los límites de la experiencia erótica y de la misma experiencia humanamente posible, desbordando en la violencia y la locura mediante el éxtasis.



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