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Descentralizando el saber (o el mundo no es la CDMX)

Actualizado: 13 mar


Narrativa ensayística


Llegué a vivir a la CDMX cuando tenía 18, sola, desorientada, idealista y con frío en una casa de asistencia en Cuajimalpa. Era mi primera vez viviendo sola y en una ciudad grande, fuera del calor y la humedad que rodean el norte del país de manera general y mis dos ciudades de origen, Obregón y Culiacán, más específicamente. Una de las primeras cosas que me preguntaron cuando llegué a vivir aquí fue si Culiacán tiene calles pavimentadas. Otra de las preguntas más populares fue cuántas veces había visto en persona al Chapo, y si habíamos platicado.


Seamos honestes: las personas que llevan toda su vida viviendo en la ciudad de México no tienen idea de lo que pasa fuera de la ciudad de México. Evidentemente, hay de zonas a zonas de este monstruo gigante que es la ciudad: hay partes que se pueden sentir más como provincia que otras más privilegiadas, como la famosa triada Roma-Condesa-Polanco. Sin embargo, aún la zona más periférica de la ciudad es parte de la ciudad, y hay una diferencia importante entre la vida de ciudad y la vida de provincia.


Lo que puede llegar a ser preocupante del asunto no son las diferencias que evidentemente existen y seguirán existiendo entre esas dos dimensiones de la experiencia de vivir en el país: nadie escoge donde nace o crece al final del día. Sin embargo, sí hay una falta de consciencia y conocimiento de cómo se mueven, desenvuelven, cómo habitan el espacio las vidas fuera de la CDMX, desde sus hábitos de vida más pequeños hasta sus acentos más notorios.


El país en general se mide por la ciudad de México en particular. Todo lo que pasa y se procesa tiene que ver de alguna manera u otra con la capital, de la cual muchas veces dependemos para tener las oportunidades y cumplir las aspiraciones que queremos, y que acapara dentro de sí tantos beneficios y privilegios de los que a) no parece estar consciente y b) no tiene un particular interés por compartir con el resto del país.


Evidentemente, hay un flujo migratorio inmenso desde otras zonas del país a la CDMX que en el 90% de los casos (el 10% correspondiendo a un enorme privilegio económico) se recibe con hostilidad, indiferencia y cinismo. Puesto de otra manera, la CDMX nunca te va a tender la mano como foráneo para que te desenvuelvas con facilidad dentro de ella (si querías fácil debiste haberte quedado en tu ciudad de origen). Para la CDMX no hay mucha diferencia entre la actitud de los turistas extranjeros que se instalan por unos meses de manera cómoda en la Condesa y los miles de estudiantes que llegan agobiados a encontrar dónde vivir todos los años: al final del día, todes están ocupando un espacio más en esta ciudad que de por sí ya está llenísima, y ¿qué no tienen todo lo que importa allá en sus casas? La ciudad al mismo tiempo contiene todas las oportunidades que alguien pudiera tener y todas las condiciones hostiles para que logre llegar, quedarse y vivir cómodamente mientras lo logra.


Cualquier capital es una relación de amor/odio: en el caso de México, creo que la diferencia entre todo lo que corresponde y caracteriza a su metrópolis es inmensamente diferente de cualquier otra ciudad grande del país. Y todo lo que circula el producir y circular de saberes, de vivires, de habitares, pasa y se filtra con respecto a sus parámetros. Con respecto a la producción de saberes en específico, esto ha causado un fenómeno que sabemos que afecta desde la producción de conocimiento científico hasta los fenómenos y vanguardias artísticas: nada empieza hasta que empieza en la CDMX, y si no pasó en la CDMX realmente no pasó. Infinidades de conocimientos, experiencias y obras de todo tipo han quedado ignoradas, rezagadas a los límites de una pequeña periferia donde no se les da el valor que les corresponde porque desafortunadamente la única manera de producir saber y creación legítimos son si te enfrentas al gran monumento de árboles y concreto que es la ciudad, tan bonita como desesperante, frustrante, inmensa y desoladora.


Sí hay cambio y el cambio se hace primero descentralizando lo que conocemos: tanto para las personas que crecieron en la CDMX como para las personas que creen que lo único bello bonito y digno se encuentra dentro de ella. Hay infinidad de experiencias y oportunidades fuera de sus límites que contribuyen no sólo a hablar fuera de una sola visión, sino también a crear nuevos sentidos del ser que puedan llevar a un posible y más sólido sentimiento de comunidad entre sus habitantes.



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