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Castigo, autocastigo y resistencia

Actualizado: 12 ago 2021


Cada régimen su verdugo





En la historia de las relaciones humanas (relaciones políticas específicamente) un componente fundamental de la organización jerárquica (Estatal) es el mecanismo de disciplinamiento que la figura de autoridad utiliza para castigar a sus súbditos cuando estos se dislocan del orden establecido.


Este mecanismo, por otro lado, también evita que los súbditos se salgan de línea. El “verdugo” existe tanto para castigar aquel o aquella que cometen una falta como para establecer un disuasivo que desmotiva aquellos que piensan cometer una falta.


Tanto el mecanismo como el que lo ejecuta ha tomado diferentes formas en el tiempo y el espacio. Hoy el que tenemos es especialmente severo, eficaz y violento. Pero sobre todo, es difícil de escapar, de resistir.




I. AYER


En términos coloquiales, el hecho de que te vayan a cortar la cabeza evita que cometas un crimen. Aprovechando el ejemplo, la violencia física impuesta por una autoridad fue, durante cientos de años, el mecanismo disciplinario preferido de las figuras de poder alrededor del mundo.


Es muy fácil, si no haces esto te hacemos esto, o si haces esto te hacemos esto. No hay falla.


Sin embargo, la violencia física es incómoda para el súbdito, atenta contra el sentimiento de libertad y rara vez es justa. Los regímenes violentos caen rápidamente.


Con el “progreso” de las relaciones políticas del ser humano, las garantías del individuo, y la llegada del Estado moderno en términos foucaultianos, los mecanismos de disciplinamiento se han desplazado y se han hecho cada vez más sutiles, cada vez más silenciosos.


Michel Foucault expone muchas formas de mecanismos disciplinarios desde el confesionario, la consulta psiquiátrica y el panóptico. Todos estos exaltan maneras en las que una figura de poder como la Iglesia, el doctor o el carcelero imponen sanciones sobre prohibiciones. Cada uno representa la evolución del dispositivo de poder. Es decir que, históricamente, el disciplinamiento de los súbditos en la sociedad jerárquica estatal, o sea aquella que distingue una autoridad de unos sobre otros, es cada vez más eficiente y más sutil.


Sutil y eficiente aparecen aquí como conceptos simétricos. El disciplinamiento moderno de Foucault es eficiente porque es sutil. En otras palabras, funciona mejor porque es menos evidente, genera menos descontento; el pueblo no ve la sangre de los ejecutados ni escucha el lamento de los torturados, no antagoniza a la figura de autoridad y por ende no busca destruirla.


II. HOY


Ahora bien, sobre lo que ocupa este texto, el/la lectorx disculpará tan largo preludio.


Siguiendo dichos patrones de comportamiento histórico, hoy también es posible identificar un mecanismo disciplinario heredado de aquellos estudiados por Foucault: un mecanismo no sutil sino invisible, omnipotente y ultraviolento. Un mecanismo centrado y ejecutado por el yo.


El régimen neoliberal al que estamos sujetos no tiene una autoridad disciplinaria que nos esclaviza (nos priva de libertad) ni nos corta la cabeza si cometemos una falta. No hay un verdugo ajeno a nosotros que nos castigue ni nos obligue. Ya no hay látigos ni espadas, cadenas o amenazas.


Pero sí estamos explotados. Trabajamos en nuestras horas de “descanso”, nos preocupamos. Deprimidos y ansiosos participamos en una carrera de ratas hambrientas en busca del éxito, un éxito que solo nosotros sabemos identificar y que solo nosotros sabemos cuando “alcanzamos”.


Si no es obvio ya, querido lector, querida lectora, el mecanismo disciplinario al que me refiero somos nosotros mismos. El régimen neoliberal es tan eficiente explotando a sus súbditos porque no lo hace, sino que activa una condición de posibilidad en la que los súbditos nos auto-explotamos, nos auto-disciplinamos. Inclusive nos auto-vigilamos desde un panóptico que construimos nosotros mismos, el panóptico digital. El sistema se autoproduce y perdura.


La pugna infinita del neoliberalismo es personal, somos en cuanto producimos, somos en cuanto consumimos. Cuando esta producción y consumo no es la esperada nos castigamos:


trabajar más

para tener más y

trabajar más y querer más

para ser felices y enseñar lo felices que somos.


El filósofo surcoreano, Byung Chul-Han, lo expone en términos más elegantes:


El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización (Psicopolítica, 12).


Como resultado, formas de enfermedad mental surgen en el régimen neoliberal como síntoma, como herida de la autoviolencia. No pretendo argumentar que la enfermedad mental no existía antes del neoliberalismo, sino que hoy la enfermedad a la que nos enfrentamos es diferente. El psicoanálisis freudiano trata al superyó como una figura de autoridad, una autoconciencia moral que determina nuestras acciones, nos explota y nos provoca padecimientos. Sin embargo, el superyo de Freud dejó de ser el problema. Si el yo es el que nos violenta, ¿cómo se suprime? ¿Cómo atacar al yo que me ataca? La respuesta no resulta tan sencilla y ahí radica la perfección del mecanismo disciplinario neoliberal: “Uno es víctima y verdugo al mismo tiempo” (Topología de la violencia, 125).


En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta auto-agresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo (Psicopolítica, 18).


Byung-Chul Han relaciona la enfermedad mental contemporánea con el síndrome del burnout: nos explotamos hasta auto-consumirnos por ansiedad y depresión auto- producida. Basta con voltear a ver el comportamiento del capital para entenderlo. Este, en el sistema capitalista, se produce y autoproduce. Su mera existencia es autopoiética. Esta misma dinámica se traduce en nosotros, los productores de capital que al mismo tiempo nos re-producimos por capital.


III. MAÑANA


Hemos visto que los mecanismos de disciplinamiento son constantes en las relaciones políticas.


Pero no es la única constante. Para que un discurso se disloque, es decir, para que un mecanismo de disciplinamiento evolucione como se señaló anteriormente, se necesita ruptura, discontinuidad, resistencia. La resistencia de los súbditos es también una constante. En este sentido, el disciplinamiento y la resistencia trabajan de la mano en la reforma y evolución del sistema disciplinario.


Por ende, es absurdo pensar que hoy no se puede resistir. La autoviolencia es producto de, cómo todos antes, un sistema, y los sistemas caen, los sistemas se derrumban, los sistemas son frágiles porque necesitan del sujeto.


Hoy, como antes, podemos liberarnos de las cadenas que nos llenan de llagas, no sublevandonos contra el guardia, sino contra nosotros mismos. Nosotros tenemos la llave. Podemos romper el látigo porque es nuestro látigo.


El ser “productivo” es un calificativo inventado por el sistema. Si hay que producir, produzcamos ciencia, produzcamos arte, produzcamos no por reproducir ni por rendimiento ni mejora ni optimización.


Hay que producir sonrisas, producir compasión, producir tranquilidad.


No eres lo productivo que eres, el burnout no es una sentencia de muerte y el sistema NO es perfecto.


Resiste queridx lectorx, resiste.




Bibliografía de referencia


  • Foucault, M. (2005). Historia de La sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI.

  • Foucault, M. (2018). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Siglo Veintiuno Editores.

  • Han, B. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder Editorial.

  • Han, B. (2016). Topología de la violencia. Herder Editorial.

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