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Afganistán: El escándalo del siglo



Todo empezó el 11 de Septiembre de 2001, el día más importante de nuestro siglo.


Antes de que las Torres Gemelas tocaran el suelo de una estupefacta Nueva York, el destino del Medio Oriente ya estaba sellado.


La guerra contra el terror.


En un ejercicio brillante de propaganda, los líderes políticos y militares de Occidente declararon una guerra, no contra Al-Qaeda y Osama Bin-Laden, sino contra ‘el terror’.

Fue brillante porque, al ser un concepto abstracto, ‘el terror’ nunca puede ser vencido y, además, es subjetivo.


Como dice un refrán: “Lo que para unos es un terrorista, para otros es un libertador”.


El primer país en ser ocupado fue Afganistán, bajo el pretexto de que en algún lugar de las montañas se escondían Osama y sus secuaces.


Después Iraq, porque Sadam Hussein tenía (supuestamente) armas de destrucción masiva y había apoyado económicamente a los terroristas. Ambas acusaciones resultaron ser mentira.


Luego Libia, Siria, Somalia, Yemen…


El problema principal, como casi siempre en Washington, es que se busca la solución antes de entender el problema. Los gurús militares que dirigieron estas atrocidades parecían olvidar que Al-Qaeda, y por tanto Bin-Laden, fueron una idea de la CIA concebida para desestabilizar a la Unión Soviética en Afganistán.


Parecían olvidar también que el centro neurálgico del grupo terrorista estaba, está y estará en Arabia Saudí, aliado número 1 de los norteamericanos. Lo mismo sucede con los grupos extremistas que han surgido en los últimos años, siendo ISIS el más destacado.


Partiendo de una base errónea es imposible solucionar un problema. La tesis de salida de todo el establishment militar fue la siguiente:


“Estos países son primitivos y salvajes, no entienden la democracia ni los valores occidentales. Por tanto, nos corresponde a nosotros liberarles de las dictaduras que les gobiernan”.


Esto, aparte de mezquino, es realmente ingenuo. ¿Implementar democracia usando balas y misiles? La violencia sólo genera más violencia.


La estrategia para cambiar esos regímenes fue la misma que se usó durante todo el siglo XX en LatinoAmérica: las guerras proxy.


Aprovechándose del poder del dólar y la influencia que tiene Arabia Saudí en toda la región gracias al petróleo, Estados Unidos empezó a armar grupos de rebeldes para que fueran ellos quienes derrocaran al dictador de turno. Porque, claro, si lo hubieran hecho directamente les habría traído muy mala prensa…


Este modelo, utilizado por primera vez en la región en los años 70 y 80 para crear Al-Qaeda (ver el artículo adjuntado arriba) ha sido replicado en: Afganistán,Libia, Siria y Somalia.

En Afganistán, conejillo de indias, el experimento fue un ‘éxito’: se consiguió acelerar la desestabilización de la URSS.


El problema, previsible, es que una vez que acabaron con la resistencia soviética, Bin-Laden se rebeló contra los americanos. Lógico, para ellos todos son infieles.


¿Qué hizo entonces EEUU?


Financió a un grupo distinto de rebeldes para acabar con ellos.


Y ahora…


Así empezó una cadena eterna que le ha costado a la región la vida de más de 10 millones de personas, ha destruido medio continente y ha provocado la creación de un número incontable de grupos terroristas.


Lo mínimo exigible sería que después de 20 años de crímenes contra la humanidad y 5 trillones de dólares (cálculo conservador), los americanos y sus aliados hubieran creado una estructura doméstica capaz de sostenerse de forma independiente el día que tocara retirarse.


Como hemos visto en la última semana, estos criminales ni siquiera han conseguido eso.


Ahora tenemos un país de 38 millones de habitantes sometido a los designios de un grupo de personas que son El Mal. El diablo sonríe desde su ardiente morada y en este plano se intercambian la culpa.


Biden dice: “Trump me dejó una situación insostenible”.

Trump dice: “Yo lo dejé todo encaminado para la paz, Biden la ha destruido”.

Obama dice: “Yo heredé esto de Bush, tenía que defender al pueblo americano”.

Bush dice: “Después del 11-S, tenía que hacer algo”.


Yo me pregunto… ¿No hay ningún agente secreto, de esos que los protegen todavía hoy, que les pueda meter una bala en el cráneo?

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