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8 de marzo: la trivialización de un dolor indecible

Actualizado: 13 mar



Artículo de opinión


Encabezado: “AMLO y Sheinbaum felicitan a mujeres por su 'actitud responsable' durante marcha: 'Decirle al pueblo de México que todo terminó en santa paz y de nuevo felicitar a las mujeres que participaron por su actitud responsable y combativa al mismo tiempo, pero se optó por la paz, no por la violencia' "


El 8 de marzo de 2022 hace calor y las jacarandas inundan el pavimento y cubren los zapatos cansados y persistentes que combinan sus pasos con los cantos de lucha. Caminamos entre amigues, entre madres, entre desconocides que en ese día son familia. Camina un colectivo de madres que gritan cuántos días llevan sin ver a sus hijes gracias a la violencia institucional que les otorga custodia a padres violentos que buscan establecer poder frente a ellas. Gritan las cifras: 431, 382, 150. Retumban en los oídos y en los ojos. Alrededor, embarrados en los monumentos y esparcidos en gritos de furia, en carteles y en cruces, nombres de mujeres desaparecidas y asesinadas.


La marcha del 8 de marzo es violenta, pero no del tipo de violencia que imaginamos. Es violenta porque el dolor es violento y la furia es violenta y más violenta que nada la impotencia. La marcha es violenta porque existir como mujer o persona codificada como mujer en este país es violento. No se marcha para cumplir las expectativas de una marcha pacífica, menos cuando hay más policías listos para intimidar e incitar violencia en la marcha que para proteger a lxs cuidadanxs de los narcoconflictos en Sinaloa o para sancionar a los hombres que violentan a otros en un partido de fútbol. La marcha es un método de protección porque, contrario a lo que las narrativas mediáticas quieren impulsar, la violencia siempre empieza de parte del Estado.


Hay una violencia simbólica cuando la marcha se convierte en un carnaval político que el mismo presidente no duda en condenar en vez de un espacio de duelo, de lucha y de protesta. Mientras tanto, los cantos siguen, las muertes suben, las manos de las mujeres se toman entre ellas porque no saben qué hacer con tanto sentimiento reducido a tan poco.


El 8 de marzo siempre es una cínica muestra de la capacidad que tiene la ciudad para otorgar seguridad. Seguridad para los bancos, seguridad para Bellas Artes. Seguridad para los muros, seguridad para los estacionamientos. Seguridad para el Sanborns, para el Sears, para el restaurante promedio del centro. Seguridad para los policías que te chiflan y sabrosean desde sus carros, que avanzan un poquito más lento cuando vas en la calle, que te queman la espalda con sus ojos merodeadores. Y vaya que es seguridad: vallas de metros de altura soldadas entre ellas, calles enteras cerradas sin posibilidad de paso, todas y cada una de las superficies disponibles para pintar y rayar protegidas para poder quitarlas al día siguiente sin problema. Detrás de esas vallas, filas y más filas de policías, más barreras. Capas y capas de seguridad del más alto calibre para protegernos del peligro inminente del dolor y el reclamo. Y en el medio del meollo, el señorsísimo presidente, encerrado con cualquier instrumento que le permita extinguir el más mínimo rezago del grito de una mujer que perdió a su mejor amiga porque nada va antes que la paz mental de nuestro líder y señor.


Claro que la marcha parece pacífica si no tienen que ver en persona los nombres de cada uno de los contingentes al darse cuenta de que cada año hay más en vez de haber menos, de que hay familiares que llevan años enteros marchando por sus seres queridos y que han visto las valllas crecer y crecer en vez de derrumbarse. Parece pacífica porque para esta ciudad y este país somos un espectáculo, o tal vez ni siquiera eso: un enfado que bloquea las calles cada año y hace su desorden y luego las paredes se limpian y los vidrios y se acabó.


No hay ‘santa paz’ aunque se quiera promover propaganda de abrazos a policías y narrativas de buenas vibras y flores. No hay paz ni hay olvido. No se olvida el sentimiento de los vellos de los brazos erizándose cuando ves a los hombres a los costados de la marcha grabándote con una mueca de burla en sus rostros. No se olvida que el presidente mandó a la marina a un 8 de marzo. No se olvida el gas pimienta, no se olvidan los rumores esparcidos para infundirnos miedo (y que fallaron, por cierto).


Recordemos este canto de la marcha:

Somos malas, podemos ser peores.


Nos veremos el próximo año, o tal vez antes. El dolor no existe sólo un día, se extiende en espacios, en tiempos, en cuerpos. Y somos la unión que usted desearía inspirar.

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