
GERMÁN MAYANOBE
Busco en mis textos desandar las incongruencias fastidiosas de mis emociones. Pararme en una pila de ropa vieja y ver cómo se fueron las vidas que amé, recuerdo y amo.
¿Sería el Coipo?
Me es casi imposible responder la pregunta. Desde hace muchos años, diez o más, me veo vinculado con este animal por puro ingenio de una persona. En ese momento nadie conocía de qué se trataba. Ni cómo era, ni dónde se encontraba. Sin embargo, fui a dar con esta comparación entre él y yo. La comparación carecía de profundidad. En fin, yo tenía un culo muy grande y este animal también. Mi culo no disminuyó su tamaño pero mi cuerpo creció generando que el mismo pareciera más “normal”. De alguna forma, cuando era más pequeño, ya tenía culo de adulto. O mejor dicho, un buen culo, redondo, grande y de interesante tacto. El hecho de que se me comparara con este animal desde tan chico no me dejó proyectar cual me gustaría ser a mí.
“Vos tenés que ser un Coipo. Es pacífico, come solo frutas y vegetales. Vos sos tranqui y fuiste vegano.”
Ya me cansé de esa opinión. ¡No quiero ser pacífico, y como carne hace un par de años ya! Pero en sí siempre vuelvo a lo mismo. ¿Qué animal sería? Una pantera. Una pantera como la de Mowgli del libro de la selva. Una pantera buena, que sea como guía. Que ayude pero sea temida por su fiereza y porte. ¡O un elefante! Me gusta caminar, no sé si 30 kilómetros por día, pero lo disfruto. Me gusta estar acompañado y jugar en el agua. Podría ser un elefante. También podría ser un perro. Un perro de montaña. Esos que están todo el día afuera paseando y cuando quieren acuden a algún humano para que los acaricien y les den algo de comida. Poder tirarme al sol por horas. Dormir cuando me plazca. Despertar con energía y no tener vicios. No tienen vicios los perros ¿no?
No sé la verdad. Siempre vuelve a aparecer el Coipo como principal opción. ¿Cómo me deshago de esto? ¿Habrá algún otro animal con esta característica que me guste más? Un hipopótamo, un mandril, el elefante ya lo dije, una vaca o un toro. No sé ninguno de estos me gusta. Sin embargo quiero cambiar lo del coipo. No encuentro ningún camino posible para que esto suceda. No hay otro animal que encaje la descripción y me agrade. Puedo usar otra cualidad mía. ¡Ser petiso! Ya no soy petiso. Ahora mido 1,70 m y estoy en el promedio. ¡Por mi risa! solo se me ocurre la hiena, o un loro. La hiena no está tan mal. Es parecida a un perro. Solo que gracias al Rey Leon las odio.
¿Por qué Rey León? ¿Por qué? ¡¡Estaba tan cerca!!
Bueno eso no va a funcionar. Y en realidad coipo es el que mejor me sienta y las vueltas que doy son solo para cuestionarme y pensar.
Oscuridad
En un principio te asustás
después te alejas, pero sin querer perderla
inspirás
exhalás
continuamente y en un crescendo cinematográfico
(puede tardar unos minutos)
Pensás si es que perdiste ese algo por el susto
¿se movió? ¿está cerca?
busco alrededor
pero son infinitas posibilidades
no sé qué es una dirección
(Eso no importaba, hasta este momento)
Se escucha una breve resonancia vocal
algo que llega con la respiración
en cada exhalación
de a poco se va formando
OOO
ææææ
Algo se escucha
se repite el sonido
OOO
ææææ
OOOOOOOOOO
ææææææææææ
se va haciendo cada vez más fuerte
giro en mi eje
empiezo a gritar
más fuerte
más formado
más acorde
Do Si La Sol Mi bemol
el volumen supera lo que yo jamás imaginaba sentir
Extiendo mis brazos
doy unos pasos inseguros
sé que está cerca
y no sé por qué dejo de hacer el ruido
por miedo
ansiedad
cataclismo
algo rozó mi piel
una cosa nueva
volvió a rozarme
más despacio
se apoya
intenta agarrar
intenta saber qué es
empieza a sentir cómo se parece a lo que está tocando
nos imagina igual
no en imagen
ahí no se ve
empieza a reconocer con el tacto
me toca todo el cuerpo
me reconoce
me identifica por primera vez como otro
sabe que es así
pero no lo entiende
me sigue verificando
y concuerda
la búsqueda encontró
por principio de aleatoriedad
otro ser similar físicamente a mí
desde ese momento
me contenté con la oscuridad
me contenté
Imantación
te miré
sonreímos
hola
nuestros cuerpos vibrantes
atraídos por algo más fuerte que la líbido
por curiosidad
encanto
probando dos piezas nuevas
las cáscaras no muestran nada
se resquebrajan al choque
caen
hace frío
necesitamos calor
el tacto
la excitación
los puntos cardinales del fuego
chupamos
retorcemos y acariciamos
con miedo a perderlos
que desaparezcan
transpirados
jadeando
intentando resbalar
seguimos enlazados
en un cuerpo pegajoso
pegajoso de tanta dulzura
caramelo derretido
sin enfriar
sin endurecerse
qué lindo es vivir
recuerdos de amor
qué lindo es reír
probar nuestro mar
pegados en la cama
la luz encandila
en la rendija de la persiana
rayos dorados
intentan derretir otra vez ese momento
que queda duro
sumiso a las agujas
impacientes
de la mañana
besos secos
la incomodidad de piezas
encastradas a la fuerza
la canilla
aturdiendo a los pájaros
alquimia de palabras sueltas
ropas rehaciéndonos
¿fue lindo?
nos preguntamos sin decirnos
volverá a pasar
La despedida de las horas
Siempre quise ser pintor. Contemplar una hoja o lienzo en blanco y ver la infinidad.
Antes creaba mundos, con cosas existentes, y los deformaba para ver qué se escondía en mi cabeza. Mezclaba los colores, hasta creer que había inventado uno nuevo, y pintaba una cara así. Una cara nueva, que nunca antes se había visto. Me sentía libre. Zarpaba, del muelle obligatorio, a un mar lleno de criaturas inesperadas por conocer que nadaban libremente, en ese flotar que carece de direcciones binarias. Sin depender de un piso y con un techo, que al tocarlo, se volvía infinito. Terminaba con las manos, los codos, la nariz y hasta la ropa manchada, tenía una sensación de alivio. Descuartizaba el monstruo del deber que expulsaba, con un alarido, manchones de sangre multicolor. Me quedaba sentado, mirando a la nada, con esa sensación de terminar un libro que te paseó por las emociones más dignas del corazón.
En ese momento no lo veía así, ni siquiera me daba cuenta de lo que hacía, era muy chico. Ahora lo recuerdo de otra forma y de a poco fui dando cuenta que era un sueño que no se iba a cumplir. Que quedaría siempre en mi pasado.
Mi principal problema fueron las horas. Ellas se llevaron todo. Dictaron cada día de mi vida e incluso me están dictando en este momento. No puedo salir de ese orden, irrevocable, preciso y avasallante. Desde que me dieron mi primer reloj, me obsesione con la hora. No con el tiempo, que más adelante comprendí que se puede desdoblar, que cambia de significado al viajar por el espacio y que es un concepto. Pero la hora es siempre igual. El día arranca a las 00:00 y termina a las 23:59 sin ninguna alteración. Minuto tras minuto en una fila interminable. En orden simétrico y numeral. Lo único que puede alterarla es el mal funcionamiento del reloj. Es verdad que cuando uno se divierte, o se sumerge en alguna actividad que requiere mucha concentración, pierde el hilo. Lo deshace para luego, con mucha sorpresa, y en mi caso indignación, volver a meterse en ese camino segundo a segundo.
Si hubiese comprendido en ese entonces que la verdadera importancia del tiempo estaba en su subjetividad y su elasticidad. Que ahora estoy viviendo en el pasado mientras escribo, pero yendo siempre hacia el futuro. Eso ya no importa.
Antes, de tener mi reloj, me paso de perder el sentido de la hora. No me preocupaba mucho. Si me decían que eran las 15 o las 16 me daba lo mismo. Desde que me obsesione todo cambió. Ya me parecía un abismo de diferencia que sean las 15 o las 15:02. Entonces tuve que determinar todo.
No quiero ahondar en el tema porque me tomaría un libro entero poder mostrarles como hacia razón de las horas durante toda mi vida. Aunque en la universidad me volví muy estricto y vi lo que generaban en mí.
Debía mantener fluyendo, como engranajes de relojería, las amistades y sus actividades, las cursadas y horas de estudio y el trabajo y tiempo libre. Quedaba exhausto y vacío.
En sí se podría enumerar lo que hacía con mis amigos, porque como casi todo, solo con el nombre ya se explicaban. Jugar al fútbol, ir a tomar mate a la plaza, jugar a las cartas, juntarse a comer, a tomar cerveza, hacer una previa, salir a bailar, salir a bailar electrónica y drogarse, ir a un recital, un fin de semana en el campo (sin hacer nada campestre), un viaje ocasional a emborracharnos a la costa o Córdoba, juntarnos a jugar a la play, discutir de política por el grupo de whatsapp, entrecruzar historias durante el fin de semana y hablar de sexo en un happy hour. Al enumerarlas me daba cuenta de la cantidad que eran. Para poder dimensionarlas, y hacer caso omiso a mi obsesión, las contabilice. Ellas tomaban lugar 6 de los 7 días de la semana. Esto sin contar mis cursadas, todos los días a la mañana, y mi trabajo esporádico sirviendo café en un bar de 4 horas a la tarde. En horas, las actividades que hacía con mis amigos, eran 60. A la semana le quedaban 108. Mis cursadas duraban 4 horas diarias, sumado al tiempo que le dedicaba en mi casa, que eran 4 más. Serian 40 semanales, que podían llegar a ser 48 en época de exámenes. A mi semana le quedaban 68 o 60, si era en época de exámenes. Si dormía bien, perdía otras 56 horas de la semana. Quedando la misma con 4 o 12. Tenía el placer de dormir mal, así que en vez de 56 eran 42. Todos los días me dormía alrededor de las 01:00 para tener mis 6 horas de sueño. Entonces mi tiempo libre pasaba a ser 26 o 18 horas. En el bar trabajaba 4 veces por semana, 16 horas en total. De esas 2 o 10 que me quedaban, la gran parte, se iba en mirar el celular o en dormir una siesta. Aunque a veces lograba pintar un poco.
De esta manera había organizado mi vida. A veces me siento a pensar si así era feliz. Si podía encontrar en mis 10 horas semanales la inspiración para acercarme a Rembrandt o El Bosco. No sucedía, y no creo que suceda. Cada vez fui pintando menos y alejándome de eso. Aún después de terminar la facultad, me siguieron quedando 10 horas semanales.
¿Qué significa 10 horas semanales? En realidad nunca tuve horas. No tuve tiempo para mi. Entre tanto bullicio organizativo solo tuve preocupaciones. En esas 10 horas solo podía pensar en las 158 restantes. Y en estas, no pensaba mucho.
En mi vida tuve amoríos y relaciones más largas que nunca encajaron en mi sistema horario. Esto hizo que se desintegren muy rápidamente. Las relaciones que más duraron fueron las que pude encajar con mi grupo de amigos, y de esta forma, compartir el tiempo. Igualmente nunca pude entrar de lleno en una. Dudo de haberme enamorado. Me daba miedo perder mi sistema horario al entrar en la nebulosa del romanticismo.
Capaz, me hubiese perdido en las horas si me enamoraba. Capaz.
Ahora me sobran. Debo tener como 80. No sé que hacer con tantas. Fui obligado a jubilarme. Fue lo peor que me podía pasar. Así que se las dedico enteramente a mis amigos. Un par de ellos murieron, y vamos a visitarlos dos o tres veces por semana al cementerio. Volví a pintar. No me sale como antes, no puedo sumergirme en el mar. Ahora cuando pinto no logró más que copiar cosas que veo. Cuando me mancho paro, me incomoda. Por eso pinto con delantal y con guantes. Procuro que no me caiga ni una gota de ese líquido extraño en mi piel. No tengo la juventud ni el entusiasmo para hacerlo. Entonces no termino ningún cuadro. Están por la mitad, son solo manchones de media manzana o un cuarto de bowl. Y en este momento lo único que pienso es si debería haber seguido mi sueño de pintor. O si debería haber roto el reloj cuando me lo regalaron.
Ahora estoy sentado solo. En mi cuarto alquilado, con una lamparita mirando mis obras sin terminar. Pensando en el tiempo que desperdicié en querer llevar la cuenta de cómo gastaba mi tiempo. No existe la contabilización de las horas. De tanto enfocarme en eso no pude concretar cosas que hoy anhelo. Ya no me funcionan bien las articulaciones. Me cuesta caminar. Una mínima brisa me genera un resfriado. No tengo más amigos. No se como hacer nuevos. Tengo muchas horas para usar sin ninguna actividad que las pueda llenar. Me encantaría saber como se siente el amor. Me siento un nieto en el cuerpo del abuelo.
Si me tomo un vaso lleno de morfina, voy a morir en 2 horas. Calculo que será alrededor de la 1:10 así nadie se preocupa por mi. Perpetuaré mi sueño para siempre. Al menos ahí no me importarán más.
Caían
Subo con una sensación extraña. La veo venir. En serio, se acerca. A un paso, se queda quieta. Pensé un poco qué significa el espacio colectivo y la pregunta se hizo mucho más profunda de lo que creía. Ahí estaba yo, a dos anillos olímpicos de distancia. Cada uno colgado de su mano izquierda, apuntándonos con los hombros sin saber que éramos filosos. Miradas rápidas, milimétricas, construyendo a minúsculas formas un ser. Se formó en nuestras cabezas. Desprolijo, demasiado idóneo.
En un colectivo el tiempo no se corresponde. Mil ojeadas, eran tres cuadras. Las palabras se hilaban cada cincuenta metros dejando que la idea fuera más relevante que la realidad. — Yo no estaba para volver a casa.
— Yo tampoco.
Estoy sonriendo de una manera muy extraña. Se me cayó un pensamiento en el bondi y alguien lo vio, le dio forma y lo reconoció. Con esa figura (0) en la boca me quedé enfocado en la ventana y derrapé en mi ebriedad.
— Estamos en la misma — dije seguido de un bufido vacuno intentando hacer una e. Quedé en la misma posición desentendiéndome de la situación. Contaba árboles. Había varios por cuadra, era Palermo.
— Sí.
Miré un segundo de reojo con mucha seriedad. La seriedad de que había alguien que respondía a los pensamientos que se me caían. Estaba ofendido por la respuesta, pero agradecido. Me invitaron a pasar y ya habían prendido las luces.
— Me sobra medio porro.
Este era el último pensamiento que se podía tropezar en mil encuentros diarios que tengo en el bondi. Cayó pesado en el ambiente. Había presión en el enunciado pero también seguridad. Igual esto no pasa. Casi siempre hay una canastita o un buen disco de jazz que hacen de enfermeros del loquero. La soltura. El desapego circunstancial. ¿Ella?
— Uuuh bien ahí.
Algo se rompió en el colectivo. El techo no porque fue lo primero que vi después de ese sonido. Bajé la cabeza perpendicularmente sobre mi hombro izquierdo de forma relajada. — ¿Nos bajamos en la misma?
Yo lo había visto como una pregunta para ver si daba la casualidad de que viviéramos cerca y fuese todo increíble.
— Bueno dale.
Justo ahí pensé:
— Qué bien.
Se cayó otro.
Bajamos en parque Las Heras. Mucho frío. Era el peor plan del mundo. Nos saludamos de una forma muy extraña. No sabíamos quiénes éramos. Dijimos pocas palabras y estábamos ahí, con frío, por fumar un porro que nos iba a dejar sin poder controlar el temblor ni el habla.
— ¿Vamos para allá?
No sabía qué responder a eso sin mentirle. No me parecía un buen plan y me hizo dudar mucho la rapidez con que todo ocurrió. Se me cruzó por la cabeza que era mejor...
— Caminar mientras fumamos, está re fresco.
Tenía que dejar que se caigan, eran honestos. La canastita y el buen disco de jazz a veces se tienen que quedar en la covacha.
— Dale, ¿Para dónde vamos?
No pensé ninguna respuesta y caminé. Caminé para el lado de mi casa. Si me decía para donde quedaba la suya íbamos para ese lado. Me daba igual, no quería preguntar. Es raro hablarle así a alguien que no conocés. Muy policial.
— Yo viví toda mi vida por acá.
— Yo también.
— Iba a decir qué raro que no nos cruzamos pero me da paja esa conversación.
— Gracias.
Relajé cada uno de mis músculos después de eso. Probablemente nos conociéramos de vista o por ir al mismo colegio. No lo sé, no me importaba. Eso estaba bueno.
— ¿Qué hiciste hoy?
Podría resumir todo mi día en dos actividades. Hacela fácil.
— Leí un rato y estuve trabajando un poco en un cuento.
Eso en la vida real fueron dos horas. El resto se fue en cosas que ni se nombran. Por lo menos no en este relato.
— Uy, ¿De qué se trata?
— Qué pregunta... Se trata de un tipo que escribe una carta de suicidio. Intenta ser breve y conciso. Con expresiones o razonamientos que llegan desde la tristeza e intenta envolverte en el desdén de las últimas horas de vida. No está desesperado, lo calcula fríamente.
— Uh, pasámelo.
— Dale de una.
No pensé que le tenía que pedir nada y no se gastó en decirme ningún dato. Los dos sabíamos usar internet y con un nombre ya todo se facilita.
— ¿Vos?
— Yo tuve un día re largo. Fui a la facultad, estudio química. Después me quedé repasando lo que vimos. Fui a clases de guitarra. Volví a casa. Me miré una película re flashera de uno de flying lotus. Ese que también toca. Me gusta lo que hace— rechinó los dientes — Me junté con un amigo a tomar una birra y jugar al pool. Ahora estoy acá. Día largo pero lindo.
— Si re largo, posta. Buenísimo que estudies química.
Tuvimos que dejar que nuestros tacos rellenaran el espacio entre ambos. En un barullo cerebral los interrumpí.
—Che, ¿te puedo hacer una pregunta? Bueno en realidad sería la segunda después de esta, qué chiste pelotudo. ¿Por qué te pintó bajarte del bondi conmigo y caminar? Me alejo porque puede sonar raro, pero la verdad que hoy cada cosa que pienso se me resbala por la boca. Como esa de recién.
— No tengo una respuesta. La verdad que justo vivía cerca y bueno una seca no me venía mal tampoco. Estoy bastante agotada y mañana puedo descansar. No curso. Y nada, pintó. Capaz conocía a alguien piola.
— Sí, puedo ser piola, aveces.
Estos pensamientos estaban para canasta. Igual estaban jugando bien su rol.
— Bueno mirá. Yo vivo acá, sola. Tengo guitarras. No sé si tocás pero podemos enchufar eléctricas y tocar con auris. Nada, eso.
Se frenó de golpe. Yo tardé un par de baldosas en caer. Seguía sin entender la propuesta. Miré al piso, después a ella, lentamente, muy exagerado. Fue hermoso lo que escuché. Podía ser sexo pero...
— Qué lindo estar calentito con unas violas. Dale subamos. No querés que compremos un chocolate o algo. Me siento mal si no llevo nada.
— No, ya fue. Yo tengo algo arriba. Si no, lo hacemos otro día — jugueteo con el llavero. — No.
Fue muy rápido ese no. Quería frenar su indecisión siendo cortante.
—Bueno subamos entonces me estoy cagando de frío la verdad. Era un plan de mierda caminar por el parque.
— Gracias, pensé lo mismo.
Pasé a estado de adoración hacia este ser que me daba techo y guitarras a esta hora. Subimos en silencio. Alguna pregunta absurda con respuestas guturales similares a las risas.
Piso 17.
Seis puertas.
Abrimos la puerta, juntos, claramente. Todo era muy rápido. Apenas abrió un destello de luz me penetró los ojos y caí. Me di cuenta de que me había desmayado. No sé si la mezcla de frío, ebriedad, locura y ahora calor me habían hecho esto o si había sido un sueño.
No lo quiero terminar acá, entonces, me desperté en un sillón. Un vaso de agua al lado mío. Y ella abanicando parsimoniosamente.
— Sé lo que es desmayarse así. Decí que pegaste un poco con la pared y no caíste con la cara de lleno.
— Mi cuerpo estuvo rápido.
— Ya estoy mejor. A mí es la primera vez que me pasa. Pensá que ya tenía que terminar el cuento.
— ¿Qué cuento?.
— ¿Qué dije? ¿Cuento?.
— Descansá ahí un ratito, ponete esto en la cabeza.
Obedecí cada palabra con mucha lentitud y pensando en lo que acababa de decir. Realmente tenía en la cabeza...
— Todo es mentira. En realidad estamos siendo inventados por algún boludo que está en su casa rascándose cada tres renglones la pija.
— Uy no te escuché, estaba sirviendo birra. ¿Querés?.
— La verdad que... un poco... no te puedo negar una birra.
Fue a buscar una cerveza y me transformé en un enfermo con la mejor enfermedad del mundo.
— Tomando cerveza y siendo agasajado increíblemente.
Por qué estoy haciendo esa cara que hacen las personas cuando se encuentran en una situación ventajosa. Miran a un punto fijo y procuran no mover ni un músculo. Las comisuras de los labios amagan una sonrisa y juegan con sus manos uniendo las palmas fregándoselas como si tuviesen frío. Es una actitud de mierda.
— ¿Qué te pensás flaco?¿Me tomás por pelotuda? Levantáte. Te vas. Te vas ya.
Se quedó en la cocina y abrió un cajón. Yo me levanté de golpe y con las dos manos para adelante me fui moviendo despacito para la puerta.
— No, boluda, perdón estaba pensando eso y se me cayó. Sé que es bizarro. Pero no te estoy tomando el pelo. Jamás haría eso. Se me caen. Me pasó desde que te vi. Por eso estoy como preocupado y me desmayo y no puedo evitar decir cosas aunque no quiera. Y llego a estas situaciones que me divierten porque son cosas que pasan. Igual yo no tendría que estar acá. Fue todo muy rápido. Ni sé cómo llegué. Así que tranqui. Me voy. Ni vengas, bajo y espero a que abra alguien. No te preocupes.
No dejé que hablara ni nada. No podía seguir ahí. Ya era mucho todo lo que sucedía. El ascensor seguía en su piso así que bajé rápido. Me acomodé en el palier. No parecía un edificio que tenga mucho movimiento. Me quedé pensando o hablando. Ya no diferenciaba cuál era cuál, dejé que sea.
— El ascensor subió, bueno me abrigo.
17. Bajó ella. Sí, tenía que ser ella.
— Yo te abro boludo este es un edificio de viejos. Perdón que reaccione así. A veces me siento medio usada. Siempre me dijeron que era muy buena. Yo no suelo juntarme así como hoy. Creo que somos vírgenes en bajarnos del bondi con alguien a fumar — tres suspiros cortitos sonrientes — te re entiendo que estés raro. Lo de los pensamientos me dejó confundida. No sé si lo naturalicé. Te quería decir eso nada más. Te abro.
— Gracias. Pará...
— Me llamo @soysatank en Instagram. Ya sé, es un delirio, pero hablamos por ahí.
Un río veloz reemplazaba el asfalto revuelto en rocas mohosas. Me rasqué los ojos.
— Tengo que dormir.
Desocupado
Al entrar caliento la pava. No hay un solo ruido. Miento, uno que no es molesto. Un pájaro me enseña su melodía matutina. Es muy buena. Mejor que muchas melodías de lo que escucho habitualmente. Me siento en la cabecera de la mesa, en el living, y mi abuela sigue con su proceso de despertar. Lo toma sin apuros. Muy relajada. Sin verla puedo predecir lo que está haciendo:
Se descubre el pecho con un doblez, que abarca la sábana y el acolchado, se levanta despacio, mientras su pie izquierdo escapa por la orilla de la cama, para colgar donde están sus pantuflas, justo encima. Su pie derecho lo acompaña, para no dejarlo solo, y quedan ambos colgando con un leve balanceo. Esos balanceos tan sutiles que dudás si se está moviendo el objeto o si tenés un pequeño mareo. Prenderá el televisor a un volumen bajo. Tan bajo que ni siquiera ella lo escucha. Es una costumbre más. Con sus dos palmas apoyadas al costado de las cadera, se queda mirando por un segundo un punto fijo. El camisón de plush, color lila tirando a rosa, está perfectamente planchado. No suele moverse cuando duerme. Tantea en la mesa de luz si los anteojos siguen ahí. Estos nunca le fallan en encontrar sus manos, y después, el techo de las orejas. Pestañea diez veces y bosteza tres. Las primeras dos amplias y la tercera acompaña su cuerpo, que en breves, va a estar en circulación. Con el mismo impulso en que se para, encaja ambos pies en las pantuflas y se dirige con lentitud y firmeza hasta el baño. Son diez pasos, los primeros cuatro con el peso del sueño y después agarra ritmo para acelerar en estos últimos seis. Cierra la puerta detrás de sí. No cierran bien en general en toda la casa. Solo la principal, por suerte. Esto da un aire de espacio. Siempre hay una ranura abierta en cada una. El aire danza cuando abre una ventana. No le gusta la brisa pero tampoco que vengan a arreglar sus puertas. Puede aguantarlo, no la desespera.
En el baño repite la misma secuencia de todos los días. Abandonará su líquidos y acto seguido prenderá la ducha. Esperará a que se caliente mientras le da mantenimiento a su dentadura. Se cepilla diez segundos por cada par de dientes. Todo le toma siempre el mismo tiempo. No está calculado, excepto la danza con el cepillo. Siempre es igual, sin apuros. Algunas veces el balanceo de los pies dura un poco más y en invierno vuelven a esconderse debajo de las sábanas para no enfriarse.
Al salir, se secará y se pondrá uno por uno sus ruleros clásicos. Alrededor de veinte. De color rojo, sostenido por una pinza metálica. No hay ni un día que no los use. El arte de ponérselos siempre lo hace dentro del baño y en la intimidad. (Nunca tuve el placer de verlo pero me lo imagino con la paciencia y precisión de un cirujano). Estos tardan en hacer efecto. Si la visitás durante el día la vas a ver con ellos decorándole la cabeza sin duda alguna. Cuándo termina este ritual sale del baño y se dirige al cuarto para abandonar la desnudez. Hecho que la inquieta mucho. Termina de cambiarse a su ropa de casa, con remera roja y pantalón largo, negro. Tiene cuatro remeras rojas y cinco pantalones negros. Los escoge cada día con mucho cuidado, procurando no repetir. No usa pantalones cortos. Y rara vez vestidos.
Se asoma por la puerta que está a mi derecha. Me sonríe sin decir ni una palabra y se acerca lenta pero firme a darme un beso. Sortea la mesa acariciándola con la yema de los dedos, de la mano izquierda, al parecer con descuido, aunque está midiendo la suciedad. Yo le sonrío y veo como con placidez comienza con las tareas diarias. No son muchas ya que vive sola. Una que siempre me gusto observar es como descuelga, del baño, la cortina y la lleva para lavarla a la cocina, donde también está el lavarropas. No sé porqué lo hace. Ni me atrevo a preguntar. Solo la ayudo cuando no puede desengancharla. Y lo que le cuesta pedírmelo es admirable.
— Fer, perdoname, no tenés un segundito, necesito que me ayudes con esto, un ratito y no te molesto más. Después te hago milanesas.
Me llama la atención que ya me quiera sobornar sin siquiera haber esperado mi respuesta, aunque ya supiera cuál era. La ayudo con la cortina. Termina de lavarse y la vuelve a colgar. Este procedimiento me genera encanto. Es poético: lavar las cortinas del baño. Eso que te tapa en tu momento de mayor vulnerabilidad debe verse bien. Así es como ella ve la desnudez. La aterra. Todo lo que la rodea al estar desnuda debe estar perfectamente controlado.
Cuándo termina con el ritual se sienta al lado mío, me pide un mate y me pregunta.
— ¿Qué tenés que hacer a las seis de la tarde? ¿Me podés llevar a Jujuy y Rivadavia?
— Si obvio Abu, hoy estoy desocupado.
Se le dibuja una sonrisa relajada en la cara, con un aire pícaro, dejando escapar la punta de la lengua muy sutilmente. Apoya su mano en mi antebrazo. Lo aprieta con delicadeza. Hace chirrear al mate una, dos veces. Se levanta con tranquilidad y se va caminando despacio hacia la cocina de donde, dentro de quince minutos, saldrá el olor a aceite y milanesa que me prometió sin que yo lo aceptara.
La Gota
“Sólo quedan gotas
lluvia de figuras mágicas que destellan
y vienen a buscarte.”
Itinerarios
Eduardo Pocztaruk
Todo lo demás está inmóvil. La copa de los árboles parecen dibujadas a falta de viento. El sol, en su cenit, no avanza en su atardecer. La reposera, con Gloria en ella, tiene un pequeño brillo en el parante que está justo arriba de su cabeza. De su frente se desprende con sutileza una gota de sudor. Se escurre del poro que demarca el principio de la cabellera peinada para atrás con agua de la pileta. Pierde la lucha contra la gravedad.
La gota se suelta.
Desliza suavemente dejando su estela que, gracias al sol, brilla como el parante de la reposera. Pasa por el costado del ojo y crea en ella una pequeña mueca en su cachete. Este cede y se relaja. La gota acelera su paso a toda velocidad. Iluminando el contorno de su rostro. Sortea la comisura del labio para quedar colgando de su mandíbula. En la cornisa se ve cómo la primer brisa del día empuja a la gota. Esta minúscula corriente genera un leve balanceo estirándola de a poco hasta que se desprende. Cae modificando su forma incontables veces. Su propósito, llegar al hombro izquierdo para unirse a las otras que, hace horas, resplandecen en Gloria.